24 de abril de 2014

Chicas Inteligentes

¿Dónde posa su mirada Sofía? ¿Envidiando o comparando?

Particularmente y puesta la vista en el remate del asunto, que es a lo que vamos, las rubias nunca me han entusiasmado. Las rubias tontas, Marilyn, están hechas para el fornicio repetitivo con los guapos tontos, John Fitzgerald Kennedy por ejemplo, y sin pararse a profundizar en el devenir. Las rubias inteligentes como Jayne Mansfield -en realidad era castaña, Vera Jayne Palmer en los papeles- una vez probado el tonto -que lo probó, a él y a su hermano, chicos muy fornicadores- aplican el principio de usar y tirar y se dejan de malos rollos.

Me gustan más bien morenas, castañas; me ponen bastante y en primavera más. Ayer os propuse pasar un rato con unas chicas divertidas, espero lo disfrutárais. Hoy os traigo a la Mansfield, 163 de cociente intelectual, 166 centímetros de estatura, una bomba sexual en los años cincuenta, tres maridos, cinco hijos. Una chica a la que no hay que acercarse, salvo que uno pretenda trastornar su vida de por vida.

Ahí podeis contemplar cómo Jayne ataca la mesa de la Loren, para hacerse ver y mostrar sus poderes, y cómo la Loren -que tampoco andaba escasa- parece que envidia las imponentes tetas de Jayne. Mansfield, además de inteligente y como la mayoría de las personas inteligentes, se hacía la tonta.

Sofía y Jayne pelearon en el podio de las estrellas de Jolibuz; ganó Sofía con su Oscar, con pelis buenas y regulares -las magníficas las hacía en Europa, con Marcelo y Etore Scola- con su larga vida, seguramente con cierto equilibrio emocional que Jayne quizás no alcanzó nunca porque aparentemente siempre fue un cuerpo que había que mostrar en largometrajes serie B ¡ay, qué pena! como una Marylin segundona.

Desde que murió, a los 34 años en accidente de coche, que ella no conducía, supe que para un fin de semana de vida alegre ella era mi preferida, nunca esa Loren que mira el escote de Jayne con indisimulo pueblerino y acomplejado.

El problema es que, por la vida ordinaria, uno no puede pasear con una chica tan inteligente, tan descocada y segura de sí misma, tan simpática y tan macizísima. A no ser que te importe poco tener que darte de bofetadas a cada paso y portar cuernos como aconcaguas.