22 de junio de 2015

Sugerencias, Evidencias y Contundencias

Tengo constatado entre mozos de toda procedencia, edad y patrimonio que donde esté un buen escote, bien llevado y suficientemente generoso, que se quite un toples. Quiero referirme, claro, a un escote bullanguero, uno que por donde pasa se hacen los silencios tanto como los murmullos, un escote en uve que deje la espalda al aire, ese escote curvilíneo y carnal. Sugerente. Que ya se sabe que el instrumento que trabaja rechazos y deseos es la mente: no vale culpar en exclusiva a la vista de lo que en realidad sugieren las neuronas.  

Hay por ahí unas láminas que llaman test de Rorschach, unas ilustraciones abstractas que el profesional de la interpretación de los desvaríos humanos muestra al desvariado para que le comente lo que ve, lo que le parece que puede reflejar la mancha y así, hablando y refiriendo mentiras, engaños, proyecciones de todo tipo -dependientes del día y la hora y el biorritmo, vaya, del estado de ánimo- justifica y soporta mejor una minuta de honorarios. 

Ese Rorschach, variante ilustrada de los juegos reunidos Geyper, es el caso práctico en el que sugerencias se transforman en evidencias que a su vez se sustancian en cifras contundentes: son quinientos euretes de nada y el niño tiene depresión de adolescente. Y se comienza de nuevo el ciclo sugiriendo sesiones de psicoterapia, que no van a conseguir que el muchacho supere el trance del apetito voluptuoso, del impulso de entrometer -camino del seno deseado- su mano entre piel y tela a través del escote contundente. 


Nada hiere más nuestro ego, iba a mentar ahora la soberbia, que la sugerencia, la recomendación contraria o divergente del criterio que sustentamos, que creemos correcto y acertado; especialmente cuando se nos hace ver tan cortés como evidente, tan educada e irrebatiblemente. Sugerencia y contundencia parecen contraposición y sin embargo creo que no distan tanto, que la una y la otra impresionan en el ánimo de la persona y hasta el punto de poner en evidencia la turbación del sujeto receptor. Siempre nos queda la humildad y el reconocimiento.


De la delicada sugerencia surge un panorama de al menos dos alternativas: aquella que traíamos y esa que nos proponen. Las sugerencias pueden tener trampa, las evidencias no. La evidencia de unos pechos femeninos desnudos no produce nada más allá que el juicio valorativo o la contundencia de una exclamación: admirativa, probablemente desiderativa si es de procedencia masculina, seguramente dubitativa si la emite una mujer. Un escote bien puesto, sin embargo, nos permite constatar la utilidad de tener dos manos, la ventaja de proyectar con nuestra imaginación contundencias que la realidad, después, no hará evidentes.


Desconfíen de psiquiatras y cirujanos plásticos.