10 de febrero de 2015

La Ribera del Albert

El río político español cursa turbulento provocando algunas avenidas, desbordado por la izquierda y con su cauce lleno de remolinos creados por dos afluentes, Podemos y Ciudadanos. Las aguas bajan turbias. 

De Podemos, un delirante pastiche neocomunista antes que partido político, ya he divagado suficientemente por aquí y en la medida de mis posibilidades los he descalificado, zaherido intelectualmente y maltratado literariamente hasta donde me ha sido posible. 

Si alguien quiere saber mi opinión sobre Podemos y su líder, aquí al lado, a la derecha, tiene dos enlaces en Los Siete Más Leídos, un click y ¡ale hop! Son dos entradas, una sobre Podemos, "El Poder de la Nada", y la siguiente sobre su cabecilla, "Iglesias Castro", que largué a principios de noviembre pasado. De los lectores que han comentado he recibido muchísimas más complacencias que evacuaciones intestinales sobre mis familiares. Y dos intentos serios de jakeo al blog, coincidentes con el día que marcó mayor número de visitas a la entrada "Iglesias Castro". 

La política y las marcas crean sus personalidades públicas, sus imágenes, apoyándose en unas herramientas o disciplinas de comunicación concretas: la propaganda en la política; en los productos básicamente la publicidad, aunque también las relaciones públicas. La propaganda política sólo es capaz de modificar hábitos o intenciones de voto muy minoritariamente. Los hábitos, o las intenciones, en política se modifican contundentemente mediante la agitación, el levantamiento o los golpes de estado.

En realidad, la política en España -y en casi todo el mundo civilizado- es un duopolio que incrusta entre dos productos ideológicos un tercero para que los incapaces de identificarse más radicalmente puedan sobrevivir, tener una salida como recurso dialéctico.


Un producto se apropió, in illo tempore, de las ideas de progreso, solidaridad, estatalismo y justicia social -ese comodín sin sentido, redundante, que aclara que la justicia no va a cuenta de minerales, vegetales y animales, además de pegarse de bruces contra el precepto ulpiniano de "dar a cada uno lo suyo"- y a ese producto y por la utilización repetitiva de esas ideas lo reconocemos como izquierda.


Otro producto, la derecha, se asocia con posiciones como capitalismo, conservadurismo y tradicionalismo, individualismo, etc. Esta asociación, esta imagen, no deriva de la actividad de comunicación de la derecha sino de la actividad de comunicación de la izquierda que ha conseguido, con su propaganda política excepcional, construir la imagen de su competidor, de su adversario.


Es decir, la moderación o el tono de perfil bajo es habitualmente arrasado por el "nos conviene que haya tensión" de Zapatero a Gabilondo cuando se presentó para alargar su estancia en La Moncloa. El sectarismo se reconoce por su intransigencia y su ruido; la tolerancia es discreta y respetuosa. Por eso, tal vez, la derecha es una auténtica calamidad en eficacia propagandística.


Los militantes de izquierda, y los votantes, sienten un especial orgullo y muestran su ideología sin pudor. Muchos votantes de la derecha, sin embargo, ocultan su voto de manera vergonzante y son escasamente proselitistas, al contrario de sus contrarios.


Entre izquierda y derecha dicen que existe el centro. No consta, pero dicen que existe. Ahí es donde se adscribe Albert Rivera y Ciudadanos. El punto exacto sería un centro izquierda porque, aparentemente también, hay en contraposición un centro derecha. Y sobre todo, porque él mismo y el ideario de Ciudadanos dicen que son de centro izquierda ¡no se hable más!


Albert Rivera, de origen catalán, de apariencias moderadas, de verbo fácil, mirada clara y maneras apropiadas, podría ser el yerno -no digo ideal- suficientemente apañado para la madre de la niña aseada, tímida y familiar. Es abogado, está soltero, tiene una hija de pocos años, como cuatro o cinco, y saltó directamente de la empresa privada a la política con la creación de una plataforma civil que defendía una Cataluña vinculada al estado frente al nacionalismo independentista, anti separatista, una plataforma reivindicadora de una Cataluña española y europea. La plataforma viró a partido y desembocó en el cauce de la política catalana. Ahora quiere extenderse y en ello está al conjunto del estado, justamente desde la otra orilla, enfrente de Podemos.


A mi me sorprende la definición que Ciudadanos hace de su ideología: "El ideario básico de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía se nutre del liberalismo progresista y del socialismo democrático". Una baraja con cuatro ¡cuatro! comodines. La propuesta, sin mayor calado, la comprarán todos los ingenuos que se crean liberales, se consideren progres, estén un poco aburridos del socialismo socialdemocrático y no contemplen el resto de ofertas del catálogo de productos políticos gama 2015.


El programa de Ciudadanos está sembrado de lugares comunes y naderías. Se basa en dos reglas, tan elementales que las puede asumir cualquier partido:

a) El sujeto de la política es el ciudadano
b) Los poderes públicos tienen como finalidad garantizar la libertad y la igualdad de los ciudadanos.
Su "ideario" da continuidad elemental a sus reglas:
1. Defensa de los derechos individuales
2. Defensa de los derechos sociales y del estado de bienestar
3. Defensa del Estado de las autonomías y de la unidad europea
4. Defensa de la democracia y regeneración de la vida política

Lo de regeneración de la vida política seguramente es lo que sus propagandistas van a esforzarse en vender más, en presentarlo como producto alto de gama. El resto son reglas que asume el PP, el PSOE, UPyD, VOX, nacionalistas, todo quisque, menos Podemos.


Los cementerios están llenos de buenas intenciones y creo que Albert Rivera es un bien intencionado. Creo que, en realidad, de frente, en la otra orilla solamente tiene a Pablo Iglesias y me parece que Rivera engrandecería su proyecto si se empeña en un enfrentamiento directo y a cara de perro con él. Ambos arrastran votos de gente joven, de gente insatisfecha, indignada dicen algunos, de personas que solamente se acercan a votar si la novedad les permite creer las promesas de aquel o aquellos que nunca han gobernado.


Si Rivera, ahora que está creciendo el río por su orilla, se atreviese a retar a Pablo Iglesias, creo que lo arrasaría, se inundaría de votos y haría un gran favor a muchos españoles que, probablemente, no le votarán pero que no tienen detrás, para su desgracia, un líder de partido capaz de romperle la verborrea al hediondo neocomunista.


Entre ambas formaciones el río que contemplo discurre sonando con la música y el sentido de los versos de don Antonio Machado.


Desdeño las romanzas de los tenores huecos 
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos
y escucho solamente, entre las voces, una.