3 de junio de 2015

El Chico Inapropiado

No sé qué tienen contra la contradicción. La dicción en contra no es más que aquello que nos permite expresar nuestros propios desacuerdos, precisamente nuestras contrariedades; no es más, en fin, que la polémica y la discusión permanente que debemos mantener con nosotros mismos. 

Hay momentos en los que surge espontáneamente la autocrítica, la discrepancia o el retorno inesperado del bumerang que lanzamos y no halló su justo término. Son momentos devenidos por el impulso, por reflejo espontáneo. Todo lo contrario de los momentos de reflexión, generalmente incómoda, que establecemos como rutina, costumbre heredada y transmitida desde antes de que la capacidad de aceptación y análisis de la contradicción estuviera con nosotros. O sea, del discernimiento entre el orden y el caos. 

Estoy a favor de la contradicción, no en contra; siempre y cuando sea permanente, es decir la coherente contradicción. 

Hay un claro ejemplo de contradicción coherente entre los columnistas de renombre: Salvador Sostres. Se trata de un escritor, todavía joven, al que han echado del periódico El Mundo; un nuevo director no cuenta con él para una nueva etapa. Al parecer el discurso de Sostres, el tono de comunicación, sus columnas, vaya, son inapropiadas. Yo lo tengo muy leído y me parece un ejemplo de libertad de expresión, de individuo que desbarra muy a menudo pero sin ataduras a directrices ideológicas, manuales de estilo u oportunismo político. En el periodismo español, de eso, de independencia y libertad, pueden presumir muy pocos. 


Sostres se declara de derechas pero lo hace, como todo, de manera histriónica. En realidad Sostres sabe que él es un conservador radical ¿pero quién se atreve a decirlo así? En lo político; en lo personal, un vividor del buen yantar y beber y de los placeres sensuales de la vida pero que confunde el amor con el cariño o el afecto. O tal vez no, pero a él se la bufa: http://salvadorsostres.com/me-han-echado/ 


Salvador Sostres es un espíritu contradictorio con una escritura brillante, a menudo de carcajada, capaz de saltar del más rancio periodismo catalán -colaboró frenéticamente en Avui- a la más cómoda prensa nacional estatal desde la que, con idéntico vigor, defiende hoy lo que ayer denunció. Pero no es un converso. Es un polemista, uno cuya palabra no deja indiferente a nadie, un histrión con un ingenio que le permite llegar a la contradicción divertida y eso no es fácil de entender. Por eso, y porque El Mundo está en el caos, le han echado y él ha puesto en práctica la frase de Voltaire: "Al venir al mundo uno llora y los demás se alegran, es necesario morir riendo y que los demás lloren." 


Quienes le han visto estos días dicen que está muy sonriente.