Creo que cierto votante español, incluyo a los más ideologizados y de partido, últimamente se ha infectado de ese virus político del autoregateo y autozancadilla, pero en versión elector, no elegible. Se zancadillea, se regatea por mor de incumplimientos -más o menos severos- de promesas electorales del partido al que votaron anteriormente. Y entonces va y vota a otro partido, generalmente emergente, que igualmente incumplirá del mismo modo que lo vienen haciendo los partidos políticos tradicionales, de todas las tendencias, en todos los tiempos y espacios; eso sí, unos más gravemente que otros.
Votar a otro partido por castigar al tuyo de siempre es algo así como suicidarse en el intento de matar al adversario. Votar a otro porque uno mismo ha cambiado de valores o de prioridades tiene coherencia, pero si ocurre una vez cumplidos los cuarenta años de vida lo mismo que se va, se viene. Una cosa es la denuncia, otra el voto inútil y otra confundir la culata con el ánima del cañón.
Algunos queremos, dentro de unas prioridades concretas, gestores eficaces y con referentes éticos lo más próximos posible a nuestra moral. No vamos a exigir al partido más allá de ciertos principios éticos innegociables y unos propósitos, pero sí vamos a exigir antes, durante y después de sus mandatos, que se comprometan con ellos mismos sin necesidad de explicarnos por qué no hay que votar lo que no hay que votar.
Ahora vayan y voten lo que quieran o pasen de hacerlo y pertenecerán a la mayoría, pero sepan que lo que finalmente queda, en la práctica, son habas contadas, servidas en dos fuentes. De acompañamiento o guarnición, algunos chorizos.