17 de julio de 2014

Las vergüenzas de España: los partidos políticos

El hecho de que en un grupo humano amplio se den individuos corruptos es consustancial con su existencia y con la evolución del grupo, su devenir y consolidación como fuerza social. Da lo mismo empresa que congregación religiosa, club de jubilados que la Benemérita. Donde hay decenas de individuos hay uno o varios corruptos. Lo que, sin embargo, no parece consustancial con los grupos humanos es que la corrupción sea el eje de las relaciones entre los individuos y que el objetivo final de sus relaciones sea el enriquecimiento ilegal; salvo en las mafias. Ejemplo evidente de grupos humanos corruptos: los partidos políticos en España. A menudo no se trata únicamente de individualidades pervertidas sino de grupúsculos, dentro del partido, que distraen patrimonio, aceptan prebendas y se sirven del poder para su propio beneficio. Pero hay grados, hay corrupción al por mayor y al menudeo. 

Al menudeo se da fácilmente en cualquier partido de cualquier -iba a decir ideología, pero me da la risa- tendencia; en cualquier país. Es prácticamente inevitable. Pero se trata más bien de corruptelas, corrupciones moralmente repudiables que transcienden poco o escasamente y su repercusión social es menor. Al menudeo se contratan, con cargo a todos los españoles, a familares y amigos; al menudeo se adjudican obras, pedidos, de presupuesto menor que no requieren el paso por la licitación y al menudeo se cambian de uso solares, edificios y naves industriales. Si me apuran, al menudeo ha sido como España ha quebrado económica, social y moralmente.

A lo largo y ancho de estos últimos decenios, la corrupción al por mayor brilla por méritos propios en España; mucho más que en los países de nuestro entorno. Su causa está, precisamente, en el origen de esto que -siendo una monarquía parlamentaria- dieron en llamarlo democracia cuando, de hecho, este régimen es precariamente representativo del pueblo, fue legitimado mediante referendum en el que se abstuvo alrededor del 40% de los ciudadanos con derecho a voto y, hoy, uno de cada dos españoles está insatisfecho con la Constitución. O sea, el suelo hundido y el tejado a cielo abierto. 

Es en este escenario, por tanto, de una Constitución -aceptable o no- que ha permitido posteriores legislaciones absolutamente desmadradas, donde se ha cultivado el huerto de la corrupción política que ahora obliga a replantear aspectos fundamentales de la carta magna en derechos, obligaciones y revisar ciertas contradicciones que exhibe. De aquel tejemaje constitucional procede esta calamidad, estos frutos.

Y esta calamidad genera la existencia, hoy, de más de setenta, han leído bien, partidos políticos en activo. Son la herramienta eficaz para el enriquecimiento de personas, ayuntamientos, comunidades autónomas y entidades/fundaciones nacionales. El partido permite el chollo y genera el beneficio sin esfuerzo; o sea, facilita la corrupción, su gestión y ejecución. Sin partido, todo requiere más trabajo, todo es más tortuoso. En el partido se diluyen las responsabilidades, los individuos pasan del ser al no ser con una facilidad pasmosa y las cuentas son las de El Gran Capitán. 

España tiene la mejor red de Alta Velocidad y autopistas y autovías, además de nuevos aeropuertos e infraestructuras de todo tipo, con trayectos y tramos, uso y necesidad, absolutamente inútiles. Esta situación procede del principio que dicta así: "no hay actividad, no hay comisión". Y este principio tiene su máxima expresión en las subvenciones, bien sea para parados bien para formación, bien para protejer el puterío o promocionar las actividades más peregrinas con dineros que ni llegan a su destino final ni -curioso- producen el internamiento en prisión de los agentes que se embolsaron la pasta. Los partidos políticos son el apeadero de por vida ¡y qué estupenda vida a cuenta del erario público! de personajillos que llegan para no irse jamás. Con excepciones en la presidencia de gobierno donde el individuo se va (González, Aznar, Zapatero) totalmente de la política activa -o eso dice- probablemente por dos causas: una, porque en España no se llega más alto sin regicidio; dos, porque todos han salido mucho más ricos de como entraron y podrán enriquecerse aún más cosechando los frutos de las semillas que plantaron durante sus jefaturas de gobierno. Creo que solamente hay una excepción, pero no estoy seguro, de alguno que saliera tan ricopobre como entró pobrerico: Calvo-Sotelo. 

Ahora, en estas últimas semanas, anda la clase política tratando de establecer el modus operandi para que la banca condone, perdone, las deudas de los partidos. Seguramente como compensación de los dineros inyectados a todo el sistema financiero durante los primeros espasmos de la crisis, facio ut des. La Ley de Financiación de Partidos Políticos lo prohibe expresamente por importes superiores a 100.000 euros, las deudas hay que pagarlas; pero será que no, de ninguna manera, nunca y no pasará nada. Marearán con créditos a fundaciones de partidos que serán dineros de ida y vuelta o similares trampas. La banca ha perdonado préstamos cuantiosísimos a prácticamente todos los partidos políticos y el Tribunal de Cuentas nunca ha podido, ha querido o le han permitido, denunciar una financiación ilegal. El hedor es absolutamente tóxico.


Y hasta aquí con esa chusma.

Seguiré con la justicia, que es otra grande vergüenza de España. Por lo que tiene de referente de seguridad para las personas y la economía, de supuesta imparcialidad ante los conflictos, la justicia -probablemente más su actividad que su impartición- es una auténtica pesadilla para cualquier españolito de a pie.