1 de septiembre de 2014

Adiós Pablito, hola Pablo

Bienvenido al club. A partir de hoy, primero de septiembre de 2014, te vas a enterar de lo que vale un peine para los que, como tú, han heredado una cabellera pelazo de tu abuela Lolita pasando por tu padre, este que escribe. Amén.

Vas para Madrid, o sea a la capital del escasísimo éxito y la ruina abundante, a tratar de continuar tu formación y encontrar un trabajillo que te permita tener algunos dineros de bolsillo. 

A punto de saltar a la mayoría de edad, marchas. Un maletón, un trolley de cuatro ruedas y una mochililla de Coronel Tapioca, que yo te regalé, es lo que te llevas, supongo que con ciertas ilusiones y sueños de futuro que solamente tú conoces. Seguramente, por parte de tu madre, te llevas algo más que no ocupa espacio pero que está en tu armario de bondades. 

Pues vete, es lo mejor. Pero el desarraigo arraiga ahora en nosotros, especialmente en tu madre que te tuvo a sus pechos nueve meses y te parió entre jolgorios y alegrías aquella madrugada también de lunes, como hoy. Fue cuando comenzaba a cerrarse un verano especialmente agrio para todos nosotros, porque la perversión de un intruso y lo peor de las relaciones humanas había sembrado y cosechado la ignominia de la conducta familiar.

En ti la vida se manifestó espléndida, soberbia, como si los doce años de espera hubieran madurado para mostrar una crianza -o gran reserva, tal vez- llena de hermosura, radiante. Tuvimos mucha suerte. Viniste rodeado de tres hermanos, multitud de primos y tíos, abuelos, con las necesidades más que cubiertas. También tú tuviste suerte.

Pude disfrutar de tu infancia desde una posición de experiencia. Me permitiste observar y valorar y sorprenderme casi cada día del milagro de la vida. Aquellas travesías por la ría con tu primo Javier acompañados, salvaguardados, por manadas de delfines saltando al compás de la música del barco y que parecían custodiarnos del posible acecho de piratas escondidos entre Redes, Ares y El Mourón, momentos de éxtasis que el salitre ha conservado para siempre dentro de mi corazón ¡cómo saltan las bestias tan hermosas cuando les impulsa la alegría!


Nadie disfruta de la adolescencia de un hijo. Si sale mediano, porque no nos gustan las mediocridades; si se revela como superdotado porque el filo de la inteligencia puede ser la hoja penetrante de las frustraciones; si su carácter es muy abierto, por entornarlo un poco y si es cerrado por romper el muro que le separa de la vida. Un auténtico sinvivir.


Ahora te vas. Siento una emoción aguda pero controlable. Son unos días, nada más. Después me ocurrirá como siempre, que no podré explicarme cómo fuimos capaces de llevarte hasta la estación donde parte el tren de la independencia. Cómo la vida hizo posible este suceso inexplicable.

Que Dios te bendiga.