Esta semana ha transcurrido entre cubos de agua helada derramados sobre las cabezas de todo tipo de seres humanos, mayormente personajes populares y famosillos de ocasión, en pro de una cuestación para atajar la esclerosis lateral amiotrófica, ELA. Es esa enfermedad que -entre otros- padece el físico británico Stephen Hawking, por poner un ejemplo bien conocido, visible y socialmente manifiesto o sufrió Mao Zendong, el dictador chino a quien Guan Yu, su dios de la verdad y la lealtad, aún mantiene en los infiernos del más allá. Por hijo puta.
Marketing ¿social? ¿Tontez borreguil? |
La gente está aburrida. El personal se entusiasma con unas soplapolleces impensables. La primera vez que vi en la pantalla de este asqueroso portátil, vía www., a más machos que hembras y más jóvenes que mayores dejándose empapar con agua helada, se me quedó la misma cara que cuando abres, precisamente, la nevera y el agua fresquita que ibas a beber te sale caldosa y el gazpacho canta a potente vinagreta ácida.
No digo que la iniciativa sea mala, que desde el punto de vista de la notoriedad se ha mostrado eficientísima. Digo más y peor. Digo que de esa necesidad de investigar la obligación recae, claramente, sobre los ministerios de sanidad de los gobiernos de países desarrollados -por calificarlos de algún modo- y muy especialmente de las farmacéuticas que además de investigar para su propio interés se benefician ¡y tanto! con infinidad de productos placebo que adquirimos a precio de oro o platino. Nosotros ya pagamos nuestra sanidad y para la caridad es obvio que existen otras prioridades.
Mucho ruido y pocas nueces para ser viernes. No pienso pillarme un resfriado.