24 de agosto de 2014

ILUMINADOS, tercera entrega.



DE LA SUPERIORIDAD MORAL DE LA IZQUIERDA


El instinto de mejora

Parece que el ser humano tiene un instinto de mejora, propio y exclusivo de la especie, aunque haya sujetos que se empeñan en demostrar lo contrario. Además de la conservación de la especie, del de supervivencia, de los instintos y miedos que nos permiten detectar un peligro, siempre me ha parecido que algunos desarrollan -incluso exacerbadamente, como aquellos que se embarcan para pelear con la vida allende el océano- un especial instinto de mejora. Mejorar, más allá de que, generalmente, el individuo trata de progresar material e intelectualmente a lo largo de su vida; especialmente, antes de la cincuentena, en el plano material e intelectualmente, creo yo, de modo permanente. 

Mejorar casi siempre es posible, a veces resulta imprescindible. Empeorar es fácil. Los hay absolutamente capacitados para deteriorar aquello que va, que marcha, aquello sin duda mejorable pero que más o menos cumple su función, cubre la necesidad. Así, la izquierda redentora. Así, un mero ejemplo entre miles de ellos, recientemente Zapatero, aquí en Expaña, un iluminado que durante seis años destruyó hacienda y patrimonio con una habilidad pasmosa para joder, con medidas estúpidas, lo que funcionaba y gracias a su ¿ideología? izquierdista, a su irresponsabilidad, soberbia e ignorancia. Será un clásico. 

Predicar y dar trigo

Hay que sospechar de los discursos, proclamas y promesas redentoristas. Fidel Castro bajó de Sierra Maestra con la medalla de la Virgen del Cobre colgada de su cuello. Iba a mejorar la vida de los cubanos, sometidos al dictador Fulgencio Batista. Y ello, mejorar, era posible. Ocurrió sin embargo que USA quería que Castro se legitimara y Castro no quería legitimarse sino consigo mismo y puestos a mejorar y redimir al pueblo, Fidel vendió a Jrushchov suelo cubano para la instalación, a unos 150 kilómetros de territorio yanqui, de misiles rusos. Así vendió al pueblo cubano destinándolo, ya por más de 50 años, a un futuro de indigencia. Pero no era suficiente para su mente iluminada y redentora; no se conformó con destrozar Cuba y ensangrentó media América Latina y África con guerrillas que destrozaron vidas y familias para absolutamente nada. Castro se convirtió en un dictador, sátrapa férreo, asesino y aniquilador de la libertad y el progreso del pueblo cubano. Empeorar a Batista no era fácil, sin embargo Fidel y ahora su hermano lo consiguieron brillantemente. 

La historia se repite con Maduro, heredero del iluminado Chávez, que está redimiendo al pueblo venezolano, liberándolo del sometimiento yanqui que se supone padeció y que volvería a padecer si no fuera por la revolución bolivariana. Un régimen que trata, dicen, de mejorar la calidad de vida del venezolano, que ha devenido en ser político bolivariano con muchas carencias y menos libertad y hasta empeorar lo más posible cualquier situación anterior. 

Están consiguiendo rápida y eficientemente, si no lo han alcanzado ya, el éxito de hundir a una nación gracias a las políticas redentoristas de mejora que la moral superior de un salva patrias de la izquierda radical obliga a imponer. Se apuntan a la debacle, con entusiasmo, Morales por parte de Bolivia y Correa por Ecuador; todos en una reinterpretación de los pensamientos e ideales de Simón Bolívar que, si levantara la cabeza, alucinaría con la apropiación, como icono, de su persona por parte de los extremos tanto de izquierda como de derecha. 

A la moral, a la izquierda radical y al redentorismo quería llegar yo

En la retórica de la izquierda, en general, española -más en particular- o latina, hay un mantra, un bucle que -valga la redundancia- se repite incansablemente, neuróticamente: la superioridad moral de la izquierda. Transmite, más que la idea, el aserto de que la izquierda tiene unos fundamentos exclusivos moralmente superiores en todo lo que se relaciona con el uso del dinero, la redistribución de la riqueza, la igualdad y la justicia. 

Ese mensaje, ese mantra, se repite y repite y repite y repite y repite y repite y repite, etcétera, desde el 11 de septiembre de 1789 ¡ya ha llovido! en que unos más republicanos que otros se sentaron a la izquierda en la Asamblea Constituyente, que siguió a eso que denominamos Revolución Francesa, para echar o mantener a un rey. Poco más hubo. 

Desde entonces y hasta hoy mismo en nuestro entorno político, no en otros en que ni siquiera los términos izquierda y derecha tienen sentido, la izquierda aparece como paladín del progreso -la derecha, el retroceso o el estancamiento- y de la igualdad social -la derecha es clasista y conservadora de privilegios propios- para crear una visión, finalmente, maniquea. 

Conclusión: la mejora sólo es posible con la izquierda. Los políticos de la izquierda están investidos de una superioridad moral gracias, exclusivamente, al manejo que han sabido hacer de la propaganda política. Y, dicho sin ambages, a una elevada dosis de falseamiento de la realidad mediante discursos cuya esencia es la utopía y cuya forma, envoltorio, es la utilización permanente de recursos emocionales siempre refiriéndose al contrario -más enemigo que adversario- al que hay que derrotar para conseguir la igualdad, la equidad, la solidaridad que llevan a una justicia social absoluta y que solamente ellos serán capaces de gestionar. 

Político y moral

Pero un político es un actor; su escenario es la vida ordinaria desde donde puede seducir o no a multitud de personas. Un político es un individuo que se supone vela por el interés público desde una posición ética y como tal su situación, en relación con su actividad, va desde preso político hasta simple militante, desde ejercitante con cargo a gestor de lo público, desde funcionario partidista hasta líder. En ese escenario es difícil sustraerse a la demagogia, al sectarismo y a la corrupción. Si a ello añadimos que en Expaña el político es altamente incompetente y hace carrera de ello, el ánimo para acercarse a una urna queda por debajo del nivel de proposición. Más o menos, pero así.

Del individuo que ejerce la política y de su posición moral, mejor si se quiere de su posición ética, Norberto Bobbio -nada sospechoso de conservadurismo o liberalismo- nos dejó una secuencia sobre la relación de la ética y la política: desde que el fin justifica los medios, Maquiavelo, y justifica la amoralidad política, hasta los defensores de la Razón de Estado que permiten a los gobernantes situaciones de excepción moral en algunas circunstancias, pasando por la tesis de Hegel donde la moral de lo colectivo es superior a la moral de lo individual y llegando al paisano de Bobbio, Croce, una posición comodín y laxa que predica una moral del político sujeta a los objetivos de su profesión, que es velar por el orden público y el bien común y que cualquier acción bajo esos presupuestos no viola ningún ordenamiento moral.

En este escenario de actores vociferantes no cabe mas que la desconfianza. No cabe la credulidad ¿por qué entonces hay que dar a una facción más credibilidad moral que a otra? El discurso socialista ha dejado de ser marxista en toda Europa y sin embargo el discurso socialista es básicamente comunista en Latino América ¿cual de los dos discursos es más moral? Mejor ¿cual de los dos discursos es menos perverso?

Tratando de tratar un trato

Terminando. Izquierda y derecha son conceptos excluyentes y de partido. Conceptos que se han ido modificando y que a la postre han conformado dos grandes ideologías, dos pensamientos, que tampoco permiten capitalizar ningún tipo de superioridad moral: el progresismo -no lean izquierda, por favor- y el conservadurismo -no piensen en derecha- que son también escenarios con actores.

Izquierda y derecha tratan de vendernos su crecepelo, la igualdad y el progreso, en una dialéctica de confrontación que, en nuestra Europa, enmerda el debate político. Mientras, asoma entre bambalinas una llamada tercera vía que pretende superar esos conceptos. No lo conseguirá; nadie ha tratado de decir, contra lo aquí tratado y tratando de seducir a un auditorio, que la derecha es moralmente superior. Habría que tratar de plantearlo.