Entra el otoño de este a oeste, de norte a sur. A su monotonía de hojas que caen, pajaritos que desaparecen se incorpora, día sí y día también, la mayor -no exclusivamente por edad- y más torpe y manipuladora de las mujeres políticas que haya dado el tránsito cosechero de esta cosa llamada monarquía parlamentaria caminante hacia una imposible democracia por utópica en nuestro caso y especialmente por la falta absoluta de sentimiento de nación, es decir de equipo, es decir de solidaridad. Aproximadamente.
Me refiero a la ilustrísima señora doña Manuela Carmena Castrillo que hoy mismo ha dicho que pone su casa a disposición de refugiados, si hiciera falta...; que ayer mismo ha dicho que los domingos de nueve de la mañana a dos del mediodía el espacio entre Cibeles y Atocha será peatonal; que antier ha dicho que ella no es, ni ha sido nunca, comunista ¡ay! y que trasanteayer ha dicho toda esta retahíla de frases que, no sin rubor por mi parte, dejo aquí para compartir con vosotros:
Creo que inmediatamente antes de decir semejante cursilada estúpida, había fumado algo.
Una proyección de sí misma: crecer, imposible; rehabilitarla es lo que se debería hacer si no fuera también imposible.
¿Mande? ¿De que has hecho qué? ¿Ir de deprisa? ¿Equivocarte?
Se me ocurre que se escuche, se analice y trate de ayudarse, a sí misma, a su marido y a los ex trabajadores de su marido y una vez realizado el ejercicio reflexivo aplique la palabra clave en todo ello: dimitir.
Una doble mentira: la ciudadanía nombró a Esperanza Aguirre y la capacidad de gestión de la ilustrísima señora es menor que cero.
Cierro con esa frase cenit de la iluminación, la experiencia y el conocimiento político. Un descubrimiento.
Bla, bla, bla ¡bah! ¡Socorro!