16 de agosto de 2015

Ya Me Dijo Mi Madre Que Me Dedicara A Otra Cosa

Algunas profesiones requieren de enorme vocación, o su ejercicio eficiente es imposible. Seguramente el sacerdocio es la primera de esas profesiones, a distancia, seguida de la medicina, la milicia, la docencia y aquellas relacionadas con las bellas artes -en la literatura, de modo especial la poesía- y los bomberos. Requieren de enorme vocación y también o en primer lugar, necesitan de aquello que solamente da Dios y que uno debe cultivar: aprender la técnica y ejercer constantemente. Lo de los toreros va al negociado de lo incomprensible, las bellas artes y la libertad.

Al mismo tiempo en que cernícalos anti taurinos estaban manifestándose contra la Fiesta en Gijón y en San Sebastián volvían los toros y los maestros a lucirse, años después de que fuera prohibida la Fiesta por los pro etarras de Bildu, en las mismas recientes fechas pasadas, a Francisco Rivera Ordóñez -nieto de enorme torero, hijo de espada fallecido en coso y vestido de luces, buen matador él mismo- un toro le empitonó por el bajo vientre, le sacó a pasear los intestinos y no lo mató porque la arteria aorta quedó a menos de un centímetro del bestial apuñalamiento.  

Todo eso sucedió el 10 de agosto en Huesca de donde lo trasladaron a Zaragoza, en coma inducido, para tres días después "subirlo a planta" y dos días después darse el alta voluntaria contra el criterio de los médicos, pillar un avión para Sevilla y hospitalizarse en el mismo sanatorio donde su mujer va a dar a luz en breve. Este Rivera Ordoñez quiere estar en la procesión y repicando y lo consigue. Los días sucesivamente anteriores, sin descanso, venía de Marbella, El Puerto de Santa María, Villanueva de Córdoba y Vitoria. No sé de qué material están hechos estos tipos.


Amo la Fiesta. De chaval una vez mi padre me llevó a la Corrida de la Prensa, en Las Ventas -debió ser a primeros de julio de 1968- y hasta hoy; antes había visto a Palomo Linares en Valladolid, en una ocasión iniciática en la que no entendí nada. De Las Ventas, sin embargo, salí contagiado del entusiasmo de mi padre: un tipo llamado Miguelín, lo recuerdo como a un atlante ¡qué tio! hizo por allí unas cosas muy bonitas, serenas, templadas, diciéndole a los bichos cuándo, cuánto y por dónde tenían que pasar, cómo debían humillar la testuz en capote y muleta y -esto es lo más importante- cuándo tenían que estar quietos parados sin mostrar el más mínimo atisbo de fiereza. Y resisto hasta hoy.


A Fran Rivera le he visto media docena de veces, desde una tarde de puro aseo y cumplimiento en Sanlucar con mi mujer y mis suegros hasta por San Isidro -en los últimos años '90- y, desgraciadamente para mí, nunca le he visto una gran faena. Una tarde de aquellas de mayo, la verdad sea dicha, Joselito y Enrique Ponce se lo merendaron en Las Ventas; creo que era el día de confirmación de su alternativa. 


Los hay animales que comparan bestias de instinto asesino con seres humanos y quieren que se suprima la fiesta de los toros, la lidia bien entendida, el arte de vencer el miedo -el pavor- y bailar pegadito a una fiera y en cadencias musicales conformar figuras plásticas de inexplicable belleza. Allá ellos. 


No es fácil entender, no para todas las inteligencias, el alcance de las palabras de un tipo que antes de ser anestesiado dice "¡Viva la Virgen del Rocio!" y al despertar y ver en sus alrededores a familiares y sanitarios afirmar "...ya me dijo mi madre que me dedicara a otra cosa".


Y encima quiere volver para las Fiestas de El Pilar.