Recuerdo que cuando vi por primera vez "El Día Más Largo", tendría yo trece o catorce años de edad y una pasión desatada por el cine, las tres horas de duración del filme se me pasaron sin un pestañear, sumido en un encantamiento tan especial que, por una vez y para siempre, me ha llevado a reconocer a John Wayne, al teniente coronel que interpretaba, como buen actor.
Fuera de ahí e incluidas sus pelis más memorables (y todos sus ríos: "Río Rojo", "Río Grande", "Río Lobo") John Wayne no me interesa un carajo. Lo digo a modo de introducción, porque si hay un intérprete en la historia del cine que haya realizado papeles de militar, ese es Wayne. A aquella película y a él, más indirectamente, debo que el cine bélico siempre me haya interesado especialmente. Hay muchos aficionados al séptimo arte que rechazan de plano este tipo de cine, esas narraciones.
Después llegaron a mi vida, más o menos por este orden, "El puente sobre el río Kwai", "Senderos de gloria", "Doce del patíbulo", “Apocalypse Now”, “La chaqueta metálica”, "Salvar al soldado Ryan" y "El hundimiento", dicho así, al modo de las top seven pelis de guerra que más me hayan agradado, incluso encantado. El miércoles pasado llegó "Dunkerque", de Nolan; todavía no he salido de mi asombro.
Lo primero que debo decir es que no tengo claro que "Dunkerque" sea, sobre todo, cine bélico. Mis sensaciones mientras veía la proyección estaban más cerca de la ansiedad, de la ternura y la compasión, que de la compulsión violenta, el ánimo vengativo y revanchista o la repulsión ante determinadas secuencias, que suelen ser los sentimientos que se despiertan, que uno padece, en este género cinematográfico. Eso sí, la sensación de terror y el silencio de la sala -llena, era día del espectador- protagonizaron los 100 minutos de proyección que pasaron en un suspiro.
Dunkerque es una narración en tres planos temporales, la semana, el día y la hora, que ajustan y encajan a la perfección para pintar un cuadro impresionista de también tres planos espaciales: un trozo de tierra, un estrecho marino y un cielo límpido, azul claro, pastel. Aire, mar y tierra.
No hay John Wayne, no hay personajes o, mejor dicho, los protagonistas son la expresión en imágenes y sonidos del miedo más extremo, de la impotencia, del terror y también del heroísmo, del desprecio de la propia vida por un fin superior, de hombres marineros navegando el estrecho en vapores, arrastreros, yates y motoras para salvar a sus compatriotas de una muerte segura e inútil además de absurda.
No hay sangre y no hay buenos y malos, al menos no los hay en primer plano. Solamente se retratan seres humanos en situación límite, todos capaces de creer -en medio del caos- en un sálvese quien pueda tan necesario como indispensable para, tal vez más tarde, poder entregar toda su energía, hasta sus propias vidas, en una posterior batalla. Y así fue. Si "Dunkerque" es la narración de una fuga, de un abandono y de una evasión, es en cualquier caso una huida con honor, de hombres capaces de poner su heroicidad al servicio de la utilidad común.
Inglaterra se retiró del continente, entonces, como lo hace hoy -brexit- y sin que nadie, como tantas veces en la vida, sepa qué es más razonable: si permanecer o abandonar.
(*) Recreando aquella otra buena película de guerra "El hombre que nunca existió" y como mínimo homenaje a los héroes marinos de toda la historia.
Fuera de ahí e incluidas sus pelis más memorables (y todos sus ríos: "Río Rojo", "Río Grande", "Río Lobo") John Wayne no me interesa un carajo. Lo digo a modo de introducción, porque si hay un intérprete en la historia del cine que haya realizado papeles de militar, ese es Wayne. A aquella película y a él, más indirectamente, debo que el cine bélico siempre me haya interesado especialmente. Hay muchos aficionados al séptimo arte que rechazan de plano este tipo de cine, esas narraciones.
Después llegaron a mi vida, más o menos por este orden, "El puente sobre el río Kwai", "Senderos de gloria", "Doce del patíbulo", “Apocalypse Now”, “La chaqueta metálica”, "Salvar al soldado Ryan" y "El hundimiento", dicho así, al modo de las top seven pelis de guerra que más me hayan agradado, incluso encantado. El miércoles pasado llegó "Dunkerque", de Nolan; todavía no he salido de mi asombro.
Lo primero que debo decir es que no tengo claro que "Dunkerque" sea, sobre todo, cine bélico. Mis sensaciones mientras veía la proyección estaban más cerca de la ansiedad, de la ternura y la compasión, que de la compulsión violenta, el ánimo vengativo y revanchista o la repulsión ante determinadas secuencias, que suelen ser los sentimientos que se despiertan, que uno padece, en este género cinematográfico. Eso sí, la sensación de terror y el silencio de la sala -llena, era día del espectador- protagonizaron los 100 minutos de proyección que pasaron en un suspiro.
Dunkerque es una narración en tres planos temporales, la semana, el día y la hora, que ajustan y encajan a la perfección para pintar un cuadro impresionista de también tres planos espaciales: un trozo de tierra, un estrecho marino y un cielo límpido, azul claro, pastel. Aire, mar y tierra.
No hay John Wayne, no hay personajes o, mejor dicho, los protagonistas son la expresión en imágenes y sonidos del miedo más extremo, de la impotencia, del terror y también del heroísmo, del desprecio de la propia vida por un fin superior, de hombres marineros navegando el estrecho en vapores, arrastreros, yates y motoras para salvar a sus compatriotas de una muerte segura e inútil además de absurda.
No hay sangre y no hay buenos y malos, al menos no los hay en primer plano. Solamente se retratan seres humanos en situación límite, todos capaces de creer -en medio del caos- en un sálvese quien pueda tan necesario como indispensable para, tal vez más tarde, poder entregar toda su energía, hasta sus propias vidas, en una posterior batalla. Y así fue. Si "Dunkerque" es la narración de una fuga, de un abandono y de una evasión, es en cualquier caso una huida con honor, de hombres capaces de poner su heroicidad al servicio de la utilidad común.
Inglaterra se retiró del continente, entonces, como lo hace hoy -brexit- y sin que nadie, como tantas veces en la vida, sepa qué es más razonable: si permanecer o abandonar.
(*) Recreando aquella otra buena película de guerra "El hombre que nunca existió" y como mínimo homenaje a los héroes marinos de toda la historia.