8 de marzo de 2018

Canturreos

8 de marzo, Día de la mujer

Algunas mañanas, mientras se afanan en el aseo y en la intendencia de sus casas, se les oye canturrear. Bajando las escaleras a la altura del descansillo del segundo o al pasar frente a la cancilla que separa la mínima acera del jardincillo delantero, se puede escuchar un tarareo femenino que es cuando la vida transcurre sosegada, el tiempo bonancible. En ellas, en esos momentos, pesa más la alegría o la satisfacción y la despreocupación o todo ello.

Hay una vocación, hoy minusvalorada e incluso denostada por cierta modernidad social, que es la de asistente familiar (antes conocida como ama de casa), una especie de jefatura de intendencia, administrador y responsable de compras y proveedores, cocinero -ahora dicen chef, pero no mola-, auxiliar de enfermería, higienista y así un despliegue de oficios que, generalmente, sólo puede asumir una mujer, cierto tipo de mujer, para que el resultado final sea eficiente. El hombre, en el nivel más elevado de exigencia, no llega a tanto pluriempleo y tantas habilidades.

La gente que acompaña sus quehaceres con tatareos o silbidos, o los mezcla, por lo general son de clase noble sin pertenencia de clase; son de sangre y corazón nobles, sin necesidad de mediar ni analítica ni exploración; son, en fin, alegría de la huerta. Ellos, más de silbido y ellas más de tarareo, pero con excepciones. Hay una panadera en la esquina de una comarcal con una regional, aquí en Galicia, que silba portentosamente y -aunque entrada en añitos- lo hace de modo especial cuando pasa o entra o sale del obrador un rapaz de esos de físico para refocilo.

Ellos, al menos antes, silbaban a ellas y por ellas. Tenían el silbido muy bien entrenado y lo ejercían grupalmente al paso de la muchacha altiva, prieta y zagalona. Para nada o solamente para el requiebro machito y la risa tabernaria. Los que no hemos sido de piropeo a voz en grito a veces, sin embargo, padecimos la risa de una frase oportuna, galante y bien tirada. Ahora lo mismo te denuncian. 

"Coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir", dice Fernando Savater que definen la ética y yo siempre asocié la frase, brillante, más con ciertas mujeres, mi madre la primera entre ellas, que con hombres precisamente por la prudencia que para sobrevivir ejercitaron con la virtud de ser féminas éticamente irreprochables y por la competitividad exacerbada que caracteriza al hombre, generalmente, en su vida civil y laboral y que reduce el ánimo generoso y la actitud prudente. 

Desde esa posición, yo no veo la diferencia entre ellas y ellos. Desigualdades sí las hay, desgraciadamente los trescientos sesenta y cinco días del año y no se arreglan, ni se conciencian más, ni se visibilizan mejor con esos comparativos grupales que hoy, "Día de la mujer", adornan tanta información olvidando a la persona y su libertad de elección y aplazando lo necesario e imprescindible -la satisfacción personal- por lo inmediato material que siempre es caduco y superable.