13 de abril de 2018

Obsolescencia Programada

Dicen que diseñan las prestaciones técnicas de los teléfonos móviles para que peten en situación tasada, bien por tiempo de uso, bien por frecuencia o por utilización de determinadas prestaciones: a la foto 37.500 se jodió la cámara, al mensaje 125.000 se bloquea un pichiflí, al cargar la cancioncilla 5.555 adiós muy buenas. Algo así. 

Cuando yo me manejaba en la industria del automóvil, al diseño o producción para la obsolescencia programada -no se denominaba así entonces- lo llamaban control de calidad. Un embrague era algo que, en un uso mixto -urbano, carretera- del vehículo de turismo, y otros como furgonetas, aguantaba 90.000 ó 120.000 ó 150.000 kilómetros y ni uno más: la maza o el disco o el diafragma o todo a la vez hacía cataplún y al taller. Era cuestión de administrar las cualidades de los componentes. Después, según me cuentan, cambiaron las cosas y la gestión electrónica de prácticamente todas las máquinas que utilizamos hace que la obsolescencia resida en una placa de quita y pon, no reparable, que el técnico coloca en 10 minutos y el servicio te cobra unas tres horas. Nada se hace para siempre, nunca deja de producirse la transformación de la materia. 

Con las ideas y principios ocurre, demasiado a menudo, exactamente igual. Son obsolescentes, caducas; de manera relevante en nuestra actividad política y de modo especial cuando se trata del uso de la fuerza, de eso que llaman el monopolio de la violencia por parte del Estado. Tres ejemplos : el primero, Felipe González que dijo que nada de nada a la Otan y después pregonó "Otan de entrada No" por medio de referendum y para que se mantuviera la situación de pertenencia, como así resultó. Pero además dice en 2018, en relación con la situación catalana, que "si el 155 se hubiera aplicado cinco años antes, el coste hubiera sido mucho menor" y ¿qué decía en 2013? pues esto "no hay que tener miedo al diálogo, hay que evitar un choque de trenes...". El segundo ejemplo, este más contundente, fue Zapatero, retirando las fuerzas armadas de Irak donde estaban colaborando al margen de las acciones bélicas y poco después enviar tropas a Afganistán y Libia ¡un portento de coherencia! y el tercer ejemplo de obsolescencia ideológica, por encima de personas, lo viví directamente en Canarias a finales de 2006 cuando el (des) gobierno autonómico primero echó al ejército de prácticamente todos sus acuartelamientos -en plan postureo pacifista electorero- excepto el de Pájara en Fuerteventura y poco después reclamó su presencia, La Legión incluida pero también la Armada, cuando el efecto llamada de aquella calamidad de ministro, Cladera, inundó de pateras las costas del sur de Tenerife. Yo los veía desembarcar en vivo y en directo.

Frente a la obsolescencia y sus razones estos días me sacude el ánimo la idea de la pervivencia, de los hechos y tradiciones que sobreviven al tiempo.  De todos ellos, el mayor y más amado y odiado, el misterio de la Redención, de la vida y obra de Jesús. La Eternidad frente a Hawking, el perdón y la misericordia frente a la fugacidad de la venganza, la pervivencia frente a la obsolescencia. 

Detrás de toda persona, prácticamente cada día de su vida, hay un inventario de efectos consecuencia de optar por una decisión de continuidad o de cesación en el empeño. A cada poco. Es, además de la voluntad, la valoración de conveniencia que uno hace ante el paragüero después de otear por la ventana el cielo y tomar una decisión: la incomodidad de portar el objeto, de mojarse más o menos, de arriesgarse a olvidarlo y perderlo; las compensaciones. Es la obsolescencia de la decisión. 

De un Machado, don Antonio, cantaba Serrat "Todo pasa y todo queda..." con el deseo de expresarnos la trascendencia de nuestros actos más que de nuestras decisiones. Son los hechos, porque los deseos pasan a la acción mediatizados, indistintamente de nuestra auténtica voluntad, bien porque debía hacer sol y llovía, porque la salud aquel día y a aquella hora no acompañó, bien porque no fuimos capaces de persitir en el empeño, bien por lo mal que se dieron las circunstancias justo en el minuto en que más necesítábamos que aquello pasara o quedara para siempre.

Cuando no tenía ni idea de todo esto, complejo, sí, pero simple y cierto, yo era publicista y me dedicaba a crear tensiones para el deseo, a denostar de ayer mismo para que "lo nuevo" impulsara en las audiencias el deseo de posesión e hiciera obsoleto lo reciente. Eso ocurría muy a menudo y cobraba por ello sin darme cuenta entonces de que la gente feliz consume muy poco o no consume: improvisa y pervive.