3 de mayo de 2014

Hermosa madrugada

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!


En su vejez solitaria Lope esculpió en letras sus sentimientos más místicos. Un monstruo, aunque inmortal, solamente puede, aunque no siempre por la parte que le toca de humano, crear aunténticas cimas del arte literario.
Fluyen los versos con una sencillez que parecen tomados al dictado, al dictado de Jesús que esa madrugada pasaba por allí y encontró al Fénix de los Ingenios seguramente agobiado, tristón, por alguna causa menor.
Fue en esta madrugada, también en mi caso, cuando vino y me dijo que pusiera aquí esos versos que antes de la adolescencia me enseñó mi padre. Van en homenaje a él que era mucho más de Lope que de Góngora y no digamos de Quevedo. 
Siglos después Mariano José de Larra pilló al vuelo el último verso "para lo mismo responder mañana" e hizo una prosa periodística, funcionaral, costumbrista y, bueno, se pegó un tiro. No sé si fue de madrugada que parece momento propicio para la desolación.
Asómate ahora a la ventana y verás con cuánto amor Él, de la nada, creó tanta hermosura, salvajemente explosiva en estos días de mayo aquí en nuestro hemisferio y después de tantas noches invernales.