31 de julio de 2014

La Casa de la Pradera


Durante unos años, creo recordar que a mitad de los setenta o casi ya los ochenta, emitieron una serie de la NBC que se titulaba La casa de la pradera (Little house of the prairie), una saga ladrillo absolutamente almibarada, de peligrosísima digestión para el colesterol emocional de cualquier persona que se atreviera a engancharse en aquella cursilada sublime. No recuerdo haber visto un episodio entero, pero por donde yo más habitaba entonces había quien sintonizaba aquello y a veces me pillaba. 

Pude sacar algunas conclusiones. La serie era una exaltación de los valores familiares, digamos que más tradicionales. Mostraba el destino que espera a quien se sale de las pautas, incluso un poquitín, de los cánones y códigos a seguir por una estirpe con un padre maravilloso (Michael Landon, que venía de la serie Bonanza, donde al menos se daban puñetazos...) ejemplo de vecino virtuoso, trabajador infatigable, esposo inmejorable y fiel, en fin, un tipo inalcanzable. Por las caras de los seguidores de la serie, creí entender que cada capítulo acababa resolviéndose felizmente. Esas mismas caras, casi diez años después, pasaban de la casita y la madre que los parió a todos y no se inmutaron lo más mínimo cuando la serie desapareció.

Hoy, cuarenta años más tarde, también me ha pillado una pradera con arquitectura doméstica, también cursi, también denotando valores que -necesariamente- importan más a sus habitantes que a los que pasamos por allí.

En Sangenjo, pero plantada ya en Portonovo, existe una vivienda unifamiliar ¿digo bien? en parcela ni grande ni pequeña  cuyos propietarios han denominado El chalet de la pradera. Pero no sólo: sobre la verja exhibe letrero que, todo en mayúsculas, construye la frase EL CHALET DE LA PRADERA Nº 2 y entre pradera y nº a modo de punto y seguido un asterisco o estrella. Las letras, discretamente, además de capitales y de un cuerpo exageradamente grande para el espacio que ocupan, son de color amarillo. En la parcela interior hay innumerables estatuas de pro hombres, amantes que se besan y héroes desconocidos; también hórreos de todos los tamaños, pájaros petrificados y un cruceiro que es, tal vez, lo menos horroroso de todos los horrores, escudo de la república -hoy bolivariana ¡ay!- venezolana incluido.

Pero lo que más me ha sorprendido, con todo, es ese nº 2 ¿se trata de su segundo chalet de la pradera? ¿corresponde con el nº2 de la calle? No queda claro. Si es su segundo chalet, este tiene pradera de cemento y suelo alicatado. Espero que el primero, el nº1, aquel que supuso, supongo, su primer reto arquitectónico, se ubique en una auténtica pradera, mejor en la pampa venezolana, allí donde aquel mestizaje de hombres libraron las batallas de su independencia para construir nación, hoy sumergida en la calamidad del engaño y la miseria.


Esas cosas que pillan a uno, por sorpresa, sin buscarlo, en momentos de su vida tan distantes pero coincidentes -resulta indiferente chalet o casa- tienen a veces mensaje. Lo de la casa siempre me invitó a huir, como alma que lleva el diablo, de cursis, blandengues y pastelones familiares. Lo del chalet, hoy, me ensalza el ánimo porque parece evidente que el hacedor de semejante museo de los engendros tiene una enorme autoestima. Me alegro.

A ver si alguien me presenta al propietario este verano.