2 de agosto de 2014

Caras

Es posible que, en algún caso, la cara sea el espejo del alma, pero no hay que fiarse. Debemos mirar perspicazmente y tratar de entender la emisión de gestos y ojos y labios porque con ellos es dificil engañar más allá del minuto treinta. A no ser que uno, confundido en su propia confusión, se lo crea. Pero casi siempre ni así. La cara de Tarradellas siempre me sugirió bonhomía, la de Pujol ambición. Tarradellas denotaba tranquilidad y fiabilidad. Los Pujol, todas sus jetas, transmiten incertidumbre y ansia por la riqueza. A los españoles, las caras de los Pujol nos ha salido muy caras.

A Botín, con los años y la herencia, se le ha puesto cara de usura y más que a cualquier otro de la banca. Yo le veo y pienso en céntimos de euro, no sé por qué, pero muchos céntimos repetidos muchas veces. 

Rafa Nadal, sin embargo, cuanto más gana más cara de desapego, de humildad y de hombre cabal añade. Con los ojos te dice ¡vamooooos! y con la sonrisa señala el resultado de confiar en que el esfuerzo personal es suficiente para alcanzar la gloria sin necesidad ninguna de joder al prójimo. Triple 6-0. 

Nos acostumbramos a la fealdad, afortunadamente. Sería insoportable que rostros espantosamente feos, generalmente adquiridos con el paso de los años y por el ejercicio incontrolado del poder, rostros que están permanentemente en las televisiones, nos sorprendieran por su fealdad. Sería una tortura.

A cambio, hay quien por su cara emite permanentemente la duda razonable, sazonada con un sí pero, que es capaz de llevarnos a la desesperación por no poder concluir nada a favor, nada en contra porque a nadar y guardar la ropa nadie les gana. Y no se mojan. Uno, todo lo más, piensa que el sujeto en cuestión no te va a morder.  


Hay tipos por ahí con cara de vagos, rostro de hormigón que defiende la postura vital de un indeseable sujeto, o esclavo, a situación de ventaja, de privilegio. Y no hay quien los mueva: Cándido Méndez o -iba a decir en la otra punta, pero no me lo parece tanto- Jesús Posada. Uno en versión jeta sindical, el otro la cara del diputado perenne. Ambos encarnan al profesional de la política amarrado a todo tipo de ventajas (un recuerdo para el rostro impenetrable, Alfonso Guerra) incluidas las de fuero, privilegios que les proporciona la secta política construida durante casi cuarenta años de desafueros, pues ¡fuera con ellos!

Ciertas caras, especialmente las de bobo integral -visualicen las de Rodríguez Zapatero o Moratinos para enfocar la idea sin necesidad de flash ni trípode- producen risa hasta el llanto y también pánico, pavor, pesadillas. 

Claro que, ya puestos, hay caras que no esconden, por mucho ministerio que les adosen, su vocación cabaretera; a mi es lo que me sugieren Bibianas y Leires que por ahí pasearon y fuesen y no hubo nada.  


Otras caras son auténticas bendiciones de Dios: ese rostro de Teresa de Calcuta que emitía amor por cada uno de sus poros; la mirada de Juan Pablo II; la sonrisa permanente de aquellos elegidos para hacer el bien, para darse al prójimo, retratos de bondad que es su retribución, su paga en este tránsito terrenal. Si uno se fija, se ven muchas de esas caras y por todos los lados. Pero para detectarlas es importante que, a su vez, nuestra cara emita afecto, algo de cariño, por aquello del contagio y la empatía.


Me veo en el espejo de mi baño, no en el de mi alma, y me devuelve un sin fin de imágenes: en el reverso de la puerta también hay un espejo, de cuerpo entero, que rebota y emite mi cara oblicuamente, de lado izquierdo y de perfil derecho según me muevo. Por un momento no sé distinguir la frente de la nuca, el bien del mal, la belleza de la fealdad, la virtud del defecto. Debería dedicarme a la política.