10 de julio de 2014

Las vergüenzas de España. Los sindicatos y la Ceoe, capítulo I.

Andan mis hijos y sus primos y sus amigos, los más jóvenes en general, perdidos en la inmensidad de la ignorancia política, cegados por la banalidad de una vida consumista donde casi todo, a casi todos, les ha sido dado y donde lo que interesa es sobrevivir organizando su propia vida prescindiendo de los demás. Hay excepciones.

Trato estos días de cosechar ciertos documentos alojados en la nube que me parecen útiles para retratar el panorama de despropósitos que conforman la estructura del edificio en ruinas de esto que llamamos España. O sea, Ex-paña.

El primer ejemplo, seguramente porque la antigüedad es grado, son los sindicatos; o mejor: la situación de atraco-estafa-latrocinio que los sucesivos gobiernos de España han permitido y han incentivado para que algo -tan conceptualmente viejo, rancio- como "la defensa de los trabajadores" se gestione desde el ejecutivo a golpe legislativo y con la aquiescencia judicial para acallar, comprar voluntades y extorsionar al trabajador por el simple hecho de serlo.

No se trata de entidades especializadas en la defensa, protección, ayuda y mejora de las condiciones del trabajador; se trata de apéndices de partidos políticos que, muy mayoritariamente, a través de subterfugios como la formación o el derecho a la huelga atracan a mano armada a la inmensa mayoría de trabajadores que ni están afiliados a sindicato alguno, ni les importa un carajo la acción sindical ni creen -y la realidad ¡ay! les da toda la razón- en sus beneficios y bondades. 

Solamente el 15% de los trabajadores está afiliado y, sin embargo, todos y cada uno de los trabajadores pagan mensual y puntualmente al sostenimiento de semejante bazofia, de esas cuevas de Alí-Babá y de la Ceoe (que no se sabe qué coño pinta dentro de ese tinglado que ha cubierto) superando todas la expectativas posibles de desiderátum de cualquier politiquillo vago, golfo y maleante. 


En los años 80 la afiliación rondaba el 14% de los asalariados; hoy no llega al 16%, un porcentaje de los más bajos de la UE, que oscila entre el paupérrimo 8% de Francia y los admirables 75%/80% de los países nórdicos. Pero, claro, son países donde los acuerdos sindicales afectan exclusivamente a los afiliados. Aquí, los acuerdos que negocian se extienden a todos los trabajadores porque la inmensa mayoría de ellos, de los trabajadores, pasan olímpicamente de negociaciones y, por tanto, permiten que los sindicatos representen en realidad a todos, convirtiéndose en un apéndice más del sistema. 

Es una vergüenza que en España, en pleno siglo XXI, todos los trabajadores paguen para mantener a una inmensa minoría de vagos que, como mucho, dicen representar a uno y medio de cada diez. Pero no hay huevos para acabar con ello.