13 de agosto de 2014

Escitalopram 10

Soy creyente en la química y levemente practicante. Ciertos privilegiados de la inteligencia, dotados para detectar principios activos que producen bienestar o curación o mejora del rendimiento de aparatos y sistemas de ese portento que es el cuerpo humano, son mi envidia. Admiro las formulaciones que coordinan materia y psiquis en diez miligramos de sustancias capaces de sustituir el calvario por el nirvana.

Sin embargo, con los años, he ido rechazando cada vez con más convencimiento las dependencias. Me refiero a las dependencias nocivas y no sólo físicamente perjudiciales (nicotina y todo tipo de "inas", alcohol, adicciones que se satisfacen por medio de sustancias), también y especialmente a aquellas otras relacionadas con lo obsesivo y las ansiedades (ludopatías, fobias, compulsiones, neurosis, psicosis, etc.)

De las dependencias emocionales, del agujero de la soledad y del desconsuelo, de las nostalgias y melancolías siempre he pensado que se encarga la voluntad del sujeto y el cerebro o, más concretamente, ciertas secreciones que puede producir para compensar el odio con amor. Hace falta estimularlo desde dentro.

No vale suministrar simplemente 10 miligramos de escitalopram oxalato, o no vale para siempre. Y aunque valga para siempre, algunos no queremos desayunar todos los días del resto de nuestras vidas con una pastilla que en vez de darte los buenos días te dice ¿qué? ¿ahí seguimos, sin segregar alegría de vivir?  En algún lóbulo cuyo domicilio concreto ignoro. Pero está. Y actúa como aquello que llaman serotonina y produce vamos a reir y sonreir a pesar del dolor y la que está cayendo.

Es la voluntad quien ordena y manda en el desapego de la adicciones. No es una sustancia lo que definitivamente evita la prepotencia y sometimiento a otra sustancia. Es la decisión, la conciencia, el coraje.

A menudo, desgraciadamente, hay que administrar aquella sustancia que el cerebro es incapaz de segregar en un momento dado. A menudo esa pauta se establece para siempre y a menudo no es necesario pero es más fácil, más cómodo aunque sea muchísimo más deteriorante.

El olvido frecuente, no saber dónde están las putas llaves del coche o perder cosas a veces, no es sino una señal de que estamos vivos. Cuando no sabemos para qué sirve la llave o dejamos el paquete de mantequilla en el cajón de los calcetines, ahí necesitamos el amor del prójimo y, sí, tal vez volver a una pastilla que nos suministraron durante diez años y que, entonces, fue innecesaria y su ingesta durante tanto tiempo pudiera haber adelantado el deterioro cognitivo. Pero ni se conoce ni es necesario saberlo a ciencia cierta. Vivimos demasiado como para no culminar tantos años en la sublime cima de la demencia.

Voy a contemplar ahora el horizonte del Atlántico, ahora que he bajado de 10 a 5 y de diaria a alterna mi dosis de alegría artificial.