Esto que llaman redes sociales, que a menudo hacen labor comunitaria en favor de esto o de aquello muy beneficiosamente, tan a menudo como esconden, engañan su fin último, son redes con un alto contenido cómico.
Estos días el feisbuc remite fotos y fotos de personal en vacaciones, de gente que viaja o come o toma el sol o pasea y se retratan y envían sus fotillos. Detrás del envío, creo yo, siempre está la demanda de una respuesta, de un comentario de algunos de los receptores. Se envía esperando respuesta halagadora, algún aspaviento, una gracieta.
Envíos que sustituyen a las cenas de vuelta de vacaciones donde se convocaba a allegados para atizarles sesión de fotos o proyección de diapos después de los postres, en estado de pre ceguera colectiva. Ahora todos saben al momento que estamos en Ca Paco, al borde del mar, que son las 22,37 p.m. y que, contra todo pronóstico, comparten cena parejas irreconciliables durante el invierno. Todos sonríen.
Cada uno de su padre y de su madre nos juntamos en sociedad estival, en favor de compartir el ruido veraniego año tras año, cena tras cena, mientras el prime time se vacía porque de la clase media-media para arriba hay que salir cada noche de las veinte o treinta noches de vacaciones que nos brinda el mes de agosto. Una calamidad. Una desgracia. Hacer de agosto el mes social, pandillero, es hacer el agosto del esperpento.
El envío arquetipo es la foto de pareja, primer plano de cintura para arriba, en situación de sujetos gozantes, rientes o sonrientes, que comunican a su círculo la circunstancia que atraviesan y que, por satisfactoria y divertida, no podían dejar de decirlo e inmortalizarlo. La respuesta patrón suele ser ¡Qué guapos!
¡Qué fácil resulta la risa y la belleza cuando gozamos de una cena veraniega en agradable compañía y sin frío ni calor! ¿Es necesario decirlo, virtualizar el momento, digitalizar la alegría y compartirla? Supongamos que sí, o que al menos es agradable. Pero no es necesario contestar ¡Qué guapos! no es necesaria la mentira piadosa, la recreación de los códigos estéticos de una señora entre loro y guacamayo amazónicos posando junto a un señor pre troglodita que sonríen o rien a cámara mientras la vida les bendice.
¡Qué guapos! La belleza depende de la mirada de cada uno. Mejor contestar ¡cómo me alegro! o similar engaño antes que provocar el desternillamiento de la audiencia. Antes de provocar, por parte de los actores, una respuesta a nuestra respuesta del tenor: ¿Guapos? ¡qué hijoputa eres!