El diablo, los demonios y todo lo que desde antes de la noche de los tiempos ha representado el triunfo de la maldad sobre la bondad, ha desaparecido de nuestra cultura. Es su victoria: nadie se puede defender de lo que no existe. La maldad intrínseca, dicen, no existe, a pesar de las apabullantes pruebas que nos muestra, guerra tras guerra, el catálogo de la historia y los telediarios cada día: hambrunas innecesarias, asesinatos, explotación de niños y trata de blancas, expoliación de bienes comunales por parte de unos pocos, precariedad en muchísimos y sobreabundancia en poquísimos.
El demonio, la maldad, lo opuesto a la verdad, a la lógica y la moral, juega al escondite brillantemente a partir de Rousseau, del buen salvaje, y gana la partida -después de estar presente en prácticamente todas las religiones- en occidente en torno a los años sesenta del siglo pasado. La pregunta imposible a Rousseau, hoy y por mi parte, sería si sigue manteniendo aquello "Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan.", una vez que transcurrida la mayor parte de la vida, sospecho que hay pasiones buenas y malas y mucho cuidado con ellas que lo ordinario de las pasiones es que arrastren al sometimiento y al desorden. O sea, de partida no todas las pasiones son buenas.
Una vez, en mi adolescencia, reuní unos poemas y como eran a granel, todos del mismo padre pero gestados por muchas madres, por muy diferentes matrices, los agrupé en un librito que titulé "Mundo, demonio y carne" y que -supongo mano de mi difunto padre, de por medio- editó Rialp en la colección Adonais, creo que en 1973. El éxito fue tal que aún deben quedar ejemplares. Quiero decir que el diablo, el demonio, el maligno, satán, belcebú, siempre ha estado presente en mi vida y en el juego del escondite, después de contar hasta diez, he sabido que rondaba ahí mismo, escondido pero evidente y tratando de joderme. A veces lo consigue.
Tan evidente es la existencia del mal como que, también en mi primera adolescencia, muchas tardes el juego se desarrollaba, precisamente, en los alrededores o justamente debajo del que entonces creí era el único monumento que existía, en todo el mundo, elevado al diablo: el monumento Al Ángel Caído, obra del escultor Ricardo Bellver, un pedestal con fuente en el parque de El Retiro en Madrid. Pero se empeñan en que el mal no existe, al menos no el mal intrínseco, y en que lo que a uno puede parecer mal a otro le parece bien, es decir el triunfo del relativismo en el ámbito moral.
Tiempo después, paseando por La Habana descubrí que la singularidad del monumento Al Ángel Caído, en el parque de El Retiro, no era tal. Allí, en el Capitolio Nacional, existe otro ángel caído que llaman Ángel Rebelde, obra de un escultor italiano creo recordar. Allí el juego del escondite es imprescindible para unos chicos y unas chicas que tratan de buscarse la vida luciendo poca ropa, falsas sonrisas y una mirada de esclavitud que si no fuera por el monstruo de Birán, es decir en libertad, sería de lascivia.
Algunos años después de aquel hallazgo, me topé en Santa Cruz de Tenerife con una fuente que lucía grupo escultórico con otro ángel en posición de despegue, dominado por un guerrero en pie sobre la espalda entre sus alas, espada en mano, sometiéndolo. El común de los tinerfeños lo conoce como Monumento a Franco. Fue inaugurado en marzo de 1966, por el entonces Gobernador Civil, y es un homenaje a la victoria del ejército de Franco y a su régimen. Se alzó por suscripción popular. Pero llega la Ley de la Memoria Histérica y parece que lo suyo sería despedazar el monumento, tendente a su fundición, cual caballo puesto de manos montado por jinete franquista o primorriverista, que la izquierda no monta a caballo. Nada de eso: el Ayuntamiento astutamente decide denominarlo, en 2010, "Monumento al Ángel Caído". Así se ha salvado, mediante una diablura que consiste en confundir ángeles con demonios.
Existe el mal. Existen los ángeles caídos. Se pueden ver por ahí, mundo adelante, pero su mayor virtud es que se esconden y han convencido de su inexistencia a los pazguatos y los imbéciles, los callados para no complicarse la vida. Definitivamente el mal también está dentro de nosotros y unos lo doman más que otros. Sólo así, dominándolo, es como de verdad desaparece.
(*) Al parecer la frase se debe a Charles Baudelaire, no me pregunten dónde la escribió.
(*) Al parecer la frase se debe a Charles Baudelaire, no me pregunten dónde la escribió.