Alguien dijo por ahí, me parece que fue Wilde, algo más o menos así: "...lo peor es un enemigo tonto".
Viene a cuento, precisamente, añadir que la tontuna, el estadio permanente de algunos que les impele a actuar sin el menor sentido común -inmiscuyéndose en vidas y haciendas ajenas, aconsejando donde nadie les pidió consejo- suele ser producto de la ignorancia, la inmadurez, también de la soberbia y la autocomplacencia que genera un atrevimiento penoso, una osadía lamentable cuando se trata de, por acotarlo, adultos.
Es el niño o niña grande. Te cuenta -pormenorizadamente y para mal- de los demás, cuando te es imposible chequear la otra parte, la otra versión, la referida, la que les zahiere o les maltrata o se comporta injustamente. Lo más sangrante es que, generalmente, te importa una higa su relación con aquel o aquellos terceros que pone a parir; pero te lo cuenta, erre que erre.
Te ofrece lo que no puede darte y te regala lo que no necesitas. Te redime, te da la solución a problemas inexistentes y los crea donde no los había ¿afán de protagonismo? hasta que la realidad le abofetea y entonces actúa o mutatis mutandis o se apartan y ponen gesto de no saber nada, de no haber estado allí ¡ay, ay ,ay!
Te manda un telegrama cuando debía llamarte por teléfono o citarte para decir más cálidamente aquello que puede generar conflicto o sorpresa o interpretación contraria. El niño grande confunde el medio, no distingue tonos de comunicación y le parece que sus palabras, sus frases, son las ciertamente acertadas, la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. El niño grande siempre acierta.
Pero es curioso, el niño grande, la niña adulta, son a menudo muy influenciables, sobre todo por otros niños y cambian de criterio como veletas.
Todos somos más o menos imprudentes, incluso con los propósitos bienintencionados. Después de la imprudencia conviene aplicar la decencia, es decir el reconocimiento -con quien y donde deba ser- del error o de la interpretación equivocada o del daño ocasionado. Si no se hace así, es imposible que la relación pueda mantenerse fluida y afectuosa.
Menos mal que son pocos. Menos mal que hay muchos adultos que sueñan con ser niños y niños que sueñan con ser verdaderamente adultos. Pero esa es otra historia.