Hasta hace tres o cuatro años la veía ocasionalmente y siempre en la distancia, de manera que me resultaba imposible observar el detalle y no era pertinente acercarme a ella. Desde el último encuentro habían transcurrido más de diez años.
Unas veces de frente, otras veces por detrás y siempre de costado. Ocupaba un espacio asiduamente; sabía que ella estaría allí pero -bien paseando, bien circulando en coche, bien en bicicleta- durante años me topaba con su presencia y ocurría, como ha ocurrido esta tarde, que el corazón daba un vuelco.
Seguramente en nuestra relación con las personas y las cosas pesa más la nostalgia, que nos transporta a aquel entonces, que el recuerdo concreto de un hecho. Seguramente la nostalgia es abstracta, del tiempo donde ni siquiera nosotros somos sujetos, nostalgia de aquel tacto, aquel olor, aquella luz y aquella atmósfera. La melancolía de un tiempo que nos abofetea el alma cuando volvemos a reencontrarnos, inesperadamente, con la persona o el objeto que produce la extrasístole de nuestro corazón.
Seguramente en nuestra relación con las personas y las cosas pesa más la nostalgia, que nos transporta a aquel entonces, que el recuerdo concreto de un hecho. Seguramente la nostalgia es abstracta, del tiempo donde ni siquiera nosotros somos sujetos, nostalgia de aquel tacto, aquel olor, aquella luz y aquella atmósfera. La melancolía de un tiempo que nos abofetea el alma cuando volvemos a reencontrarnos, inesperadamente, con la persona o el objeto que produce la extrasístole de nuestro corazón.
Vivimos superando pasiones, dependencias y adicciones, que por arrebatadoras y violentas que fueran hoy no tienen importancia en nuestra vida y su intranscendencia se manifiesta incluso en la falta de secuelas. Algunos estuvieron treinta años bajo la flatulencia doméstica del alcohol, sometidos o absorbidos por otra persona o en la pulsión permanente de un objetivo inalcanzable, en fin, esclavizados. Y pasa el tiempo y no deja rastro ¡qué curioso! menores cicatrices que un acné juvenil.
Hoy, esta tarde, depués de unos años sin verla, el destino ha guiado mis pasos justo hasta donde estaba ella.
Un reencuentro que ha vuelto a situarme bajo millones de estrellas, frente a luces que titilan lejanas, empapado por una brisa húmeda y nocturna que suspende el tiempo hasta la alborada y dilata el espacio hasta el infinito y sus confines.
Fueron pocas noches con ella. Ella y yo a solas. Pero fueron imborrables y no las he podido superar. Ninguna a vuelto a acunarme como lo hacía ella: una embarcación llamada Churra.
Un reencuentro que ha vuelto a situarme bajo millones de estrellas, frente a luces que titilan lejanas, empapado por una brisa húmeda y nocturna que suspende el tiempo hasta la alborada y dilata el espacio hasta el infinito y sus confines.
Fueron pocas noches con ella. Ella y yo a solas. Pero fueron imborrables y no las he podido superar. Ninguna a vuelto a acunarme como lo hacía ella: una embarcación llamada Churra.