17 de diciembre de 2014

Lo que la Vida te Arrebata

Para Dalma, con sentido.


Transcurre un tiempo donde nada nos perturba, una larga calma, y de pronto la suerte o la desgracia llama a nuestra puerta. Abrimos de par en par sin preguntar quién es, sin poner el ojo en la mirilla, sin que medie nuestra voluntad y en un acto instintivo resolvemos con una sonrisa o un estremecimiento. En un soplo, la vida nos da y nos quita.

De cuando en cuando un suceso nos sorprende, nos saca de la rutina y la costumbre, nos hace creer en los milagros o detestar el día, la hora y el minuto en que fuimos conscientes del desgarro, de aquel zarpazo inesperado.

No es el regalo afortunado o el pequeño tropiezo la causa de nuestras cicatrices. El desarraigo o el vacío -donde hubo y hoy no hay- nos instala en los días más tristes, alarga el calendario, detiene el tiempo y en los amaneceres el peso de la pérdida, el peso de la ausencia, el peso del penar, nos lastra, nos ahoga el primer despertar.

La ingenuidad de nuestras almas en el tránsito ordinario hace que no reparemos en la natural incertidumbre del camino, en la inseguridad que permanentemente nos acompaña; olvidamos que aquí nada es para siempre, que es fugaz el abrazo, que pesará más el recuerdo del beso que el momento del beso y que la última sonrisa te herirá mucho más que cualquier diferencia o desacuerdo.

Y sin embargo, después de la desgracia, el desamor o el duelo, después regresa el aire fresco, vuelve la primavera, hermosean de nuevo las mañanas. Y vuelves a recordar que, después de aquí y no mucho más tarde, lo que la vida te arrebata no lo hace para siempre.