"Me moriré de viejo y no acabaré de comprender al animal bípedo que llaman hombre, cada individuo es una variedad de su especie."
Miguel de Cervantes
René Magritte. El mes de la vendimia (1959) |
Detrás de las ventanas de la clase estaba la libertad, la mínima. La libertad limitada y ceñida al barrio de una ciudad castellana casi siempre fría, nunca florida, donde un río de aguas turbias sugería la existencia de otra orilla y un discurrir encauzado hacia algún remanso.
No era necesario salir del aula. Después del aula, escapando entre las rejas de los enormes ventanales, había una calle. Al fondo de la calle, cielo azul y en el borde del horizonte una luz potentísima y aire limpio y amapolas. Me quedé dormido en clase de geografía y por no estar atento desde entonces trato de encontrar la felicidad aquí en la tierra. Nunca un sueño duró tanto.
Son las clases de la infancia lo que configura el grueso, la mayor y más fuerte parte del carácter. Son ellas, aquellas aulas, las que más determinantemente conforman la clase a partir de los atributos innatos del niño y del adolescente. Esa otra clase, aquella que refiere distinción, categoría; la que diferencia (objetos, vegetales, animales, personas, causas y cosas) a unos de otros.
Paseo por el monte gallego y allí empiezan a crecer los pinos repoblados, dos años atrás, donde hubo desolación por voraz incendio. Misma semilla, misma tierra y orientación, entre dos ejemplares -que ya se adivinan hermosos- otros dos aparecen uno menesteroso, el otro alicaido. Un misterio -tal vez oriundo de la semilla, quizás por simple química o por sobrevenida razón física- que manifiesta la diferencia, la variedad, ajena a la deseable igualdad o a la indeseable oportunidad perdida. La diversidad, ganadores y perdedores.
Somos desiguales sujetos de derecho. Somos de diferente clase moral y todos quisiéramos ser el árbol más hermoso y fuerte pero, o en la partida o durante el camino, algo dispone nuestra propia categoría y poco se puede mudar, de poderse y no sin gran esfuerzo.
Sólo el amor, cuando se da y se recibe, es verdaderamente justo; disfrutan de él toda clase de personas indistintamente de sus categorías. Nos distingue como especie y nos hace de la clase de Dios, de materia superior, de inmortal espíritu.