16 de abril de 2015

En Ocasiones Veo Muertos

Antonio Metafísico me envía recuerdos para todos ustedes, que yo les traslado, desde la Martinica, isla de Barlovento, allí donde el Cristobal Colón más descubridor debió ser muy feliz alguno de sus atardeceres. Dice que ha ido a recuperar su infancia; en coherencia con su apellido -más allá de que su realidad infantil se diluyó hace bastantes decenios- es posible que él pueda rescatar su infancia. Yo no.

Antonio tiene por bandera aquello, no sé si verso o frase suelta, que dijo Rilke: "la verdadera patria del hombre es su infancia". Y él, que pasó la mayor parte de su infancia como yo, en la estepa castellana, en el frío y entre altos muros de ladrillo y piedra, ahora la disfruta en las templadas aguas caribeñas mientras ignora el pasado y retuerce la realidad de su niñez. Más metafísico, más imposible, impensable.

En la película El Sexto Sentido, con un Bruce Willis excepcional y un actorazo infantil, Haley Joel Osment, inconmensurable, hay una secuencia a base de planos y contraplanos donde el niño descubre al adulto, al psiquiatra, su verdadero problema, aquello que despierta sus miedos y su ansiedad, lo que definitivamente está modelando su persona: en su realidad de cada día él ve muertos, está con los muertos. Los oye, se detiene a escucharlos y habla con ellos y eso le asusta, le llega a aterrorizar porque sabe -lo ve en los adultos- que los muertos no están aquí, no hablan, no se ven y sin embargo están con él.

Hay infancias que pasan con las manos fuertemente agarradas a sábanas y embozos a causa de pesadillas y terrores nocturnos. La noche y el silencio arrecian la tristeza del niño que se cree solo y sin amparo, dejado a su suerte. Otras infancias, en las mismas circunstancias, resultan paseos por el paraíso camino de encontrar el árbol de la vida.
   
Yo no puedo rescatar mi infancia como hace Antonio Metafísico. Transcurro en una extensión permanente de aquello que hizo posible mi realidad de hoy y me acompañan -como al personaje de Osment- muertos que van viviendo conmigo, sin estremecimientos, reconociéndolos: son ahora querubines, ángeles o arcángeles que nos salvan de la ruina, también gnomos encantados, diablillos traviesos y espectros fantasmales que nos zancadillean y engatusan para que creamos que una isla caribeña puede llegar a ser el paraíso de nuestra infancia.