Bélgica 2 a 7 de julio de 2015.
Hace una semana justamente hoy, regresábamos mi mujer y yo de pasar unos días en Bruselas, invitados a cama, aseo, mesa, mantel, desplazamientos ¡vaya, un todo incluido! por nuestros hermanos Pili y Carlos.
Fueron unos días maravillosos, para nosotros dos; de relajamiento y desenganche de situaciones de compromiso y obligación que, especialmente a mi mujer, nos mantienen atascados, avanzando a poquitos ahora como si la vida -cuando mayores son tus posibilidades de libertad- decidiera mantenerte en la retención de los sinsabores.
Su invitación, además de producirnos un paréntesis gratificante y recuperador, nos ha permitido constatar que no somos los únicos ni lo único atascado: Bruselas ¡quién lo diría a los que no estamos allá! es un monumental atasco, dentro y especialmente en su periférica (ring, dicen los bruselenses). Centro de prácticamente toda actividad política de La Unión, es la expresión manifiesta del atasco que hoy es Europa.
Estamos parados. Llevamos parados, a mi juicio, al menos una década. Ha sido imposible resolver la ecuación política solidaridad=mayor igualdad + riqueza. No era cierto el sentir común, el objetivo común; no lo era por utópico y -ya hace años, aunque ahora por causa de Grecia dramáticamente- porque en el club de las finanzas se cuelan socios aprovechados, que no pagan sus cuotas, que en vez de apagar luces dejan los grifos abiertos y que una vez sorprendidos en la tropelía pretenden echar la culpa a los estatutos, a las normas, al maestro armero.
Es la puta idea del colectivismo. Lo que es de todos, finalmente no es de nadie y resulta sumamente complejo gestionar la nada. No sería descabellado empezar a ordenar y coordinar los semáforos económicos y señales de tránsito de los gastos y los ingresos, por supuesto las señales también de obligación, pero no menos precisamente las de prevención. Regular es ordenar, despejar incognitas, apartar la incertidumbre. Europa es una red de trenes por donde circulan locomotoras de vapor lastradas por vagones ideológicos pesadísimos, impropios del siglo XXI, y por donde van ligeras otras máquinas eléctricas dotadas de mejores recursos.
No son los vagones, no son las personas lo que produce el atasco. Son las cargas ideológicas y la falta de potencia de la máquina.
Para Pilar, para Carlos, razonablemente supongo que su descanso, su desatasco, comenzó cuando nos regresamos, que ya se sabe el dicho: "la visita como la pesca al tercer día apesta".