Justo al llegar a la frontera uno se detiene, incluso no intencionadamente, a contemplar los límites del contenido espacial o temporal o ambos por artificiales o convencionales que sean los acotamientos: años, meses, ceda el paso, canales y túneles, presuntas curvaturas infinitas que asoman por la proa y cierran o abrazan el aire con el agua.
He tenido tantos años felices que no me corresponde reclamar uno más, por necesario que parezca en esta tarde noche artificial e histriónica. Pero, aunque no sea cierto que por pedir nada se pierde, pido un año feliz para todos vosotros y para nuestros enemigos que, de serlo, se rendirán en su propio hedonismo y dejarán de tocarnos las pelotas.
No va a ser fácil pero si, milagrosamente, esta noche se convirtiera en el punto de partida de la felicidad ya no habría necesidad de abrazarse ni besarse ni de sonrisas cómplices ni de lágrimas de alegría.
La felicidad alcanzada no requiere nada más y todo un año de felicidad, además de inexistente fuera de los claustros y frenopáticos, es una exageración indecorosa aunque deseable.
No dejo de desear un feliz año, todo un año feliz lleno de dudas, de inconvenientes e incomprensiones, de maldades; aunque y sin embargo, feliz. A todas y todos.
La intención cuenta y quien pretendió hacer de esta noche la noche más estúpida del año ¡vive Dios que lo consiguió! Un acontecimiento que incomprensiblemente ha superado los límites de la razón y permite reclamar y desear todo un año feliz: algo más de 8.760 horas de felicidad.