De chaval corríamos en pos del balón casi enloquecidamente. Había entonces cinco delanteros y cinco defensas; de los de arriba, dos interiores o volantes bajaban un poco a defender y de los de abajo dos extremos o carrileros subían a menudo para atacar. Así era la cosa, sin mayores aspavientos y tratando como ahora -eso no ha cambiado- de que cada unos ocupase su posición eficientemente y desarrollase su misión para el equipo y con el equipo. Eventualmente, eso tampoco ha cambiado, un tipo raro dentro de un terreno acotado prendía la pelota con las manos, la blocaba o despejaba, incluso con un movimiento del antebrazo además de con los puños y muy a menudo sabía hacer un regate o jugarla con la cabeza.
Se trataba de meter la pelota en la portería contraria, de hacer goles y cuantos más mejor. Con el rabillo del ojo procurabas anticiparte a las jugadas del adversario para que el balón no entrara en tu marco. Algo de técnica, preparación física, amiguetes y complicidad eran los ingredientes que apañaban un buen equipo de fútbol.
Después llegó la mercantilización del espectáculo, la exigente profesionalización, lo físico más que la habilidad -quiero decir la fuerza más que la inteligencia- la tele, la imagen de clubes y jugadores, el marketing y el merchandising: la industria. Eso permitió que se estableciera un principio prodigioso: es el balón el que corre y el jugador el que no pasa. Pasa el balón o el jugador, pero nunca los dos juntos. Esa es, seguramente, la principal razón por la que hemos visto, que no disfrutado, un campeonato penoso donde no hay un partido de fútbol de verdad, un partido con un balón llevado de acá para allá por dos equipos enfrentados, por unos jugadores con sentido, con criterios para progresar y pautas para defender.
Ayer una selección nacional, la de Francia, salió a ganar la final del Campeonato de Europa contra Portugal. Salió desde el principio a machacar, a intimidar físicamente al líder y mejor jugador del equipo contrario, con cierta prepotencia y sin dosificar en el minuto diez para aguantar en el minuto ochenta. Se olvidó de las fases, de los principios, apareció como un grupo de figuras, se fijó y obsesionó con las personas en vez de con el balón. Mientras, Portugal, vengándose del agravio cometido, se configuró como un bloque homogéneo, con mayores carencias que Francia pero corriendo en pos del balón. Ganaron.
Cuanto más tiempo pasa y más fútbol veo más me entusiasma la gimnasia rítmica.