14 de agosto de 2016

La Fuerza de la Fe


Almaz Ayana tiene una mirada sonriente y una sonrisa penetrante, algo de lo que carecemos el noventa y nueve por ciento de los seres humanos. Almaz tiene, además, el record del mundo de los 10.000 metros lisos conseguido en una carrera fabulosa, en Río, donde rebajó el anterior en más de 14 segundos y que lo poseía una china, Wang Junxia. Un portento, Almaz.

Corría Almaz con otras cuantas que también batieron las mejores marcas de sus respectivos países, en una carrera prodigiosa clónica de aquella otra, 22 años atrás, en que la china batió el record y que desató las mismas reacciones de impotencia, los mismos bajos instintos y resentimientos que esta carrera olímpica en Río 2016. Varias concursantes se dedicaron, más directa o más taimadamente al chismorreo y la maledicencia poniendo en entredicho el record de Almaz, sugiriendo un posible dopaje; incluso el británico Brendan Foster medalla de bronce de 10.000 en Montreal en 1976 y hoy haciendo labores de comentarista en la BBC dijo que "no sé qué pensar" para, a continuación, vomitar: "Me gustaría escuchar lo que tiene que decir Ayana".

Y Almaz Ayana dijo que su dopaje era su "adiestramiento, su esfuerzo y Jesús". Llega un momento en que por mucho que entrenes, por mucha voluntad que pongas, sabemos que no superarás cierto límite y que está condicinado por lo físico, la dotación genética y la capacidad de adiestramiento que pongas en ello. Luego, además, viene la ilusión y la ambición -otros factores inmateriales- que suponen la diferencia entre la excelencia y lo sublime, lo terrenal y lo celestial. Es aquello que segrega el alma y que refuerza el músculo del convencimiento, aquello que te acerca al infinito y que te lleva a Dios. Las creencias. La fuerza de la fe, la droga del  amor.