En el verano del '97 me vi sorprendido por dos hechos: la súbita muerte de Diana de Gales y el esperado fallecimiento de Teresa de Calcuta, hoy santa Teresa de Calcuta. La primera falleció en accidente nocturno y libidinoso el 31 de agosto, a los 36 años. La santa murió a los 87 años, de paro cardiaco como es habitual y, por su edad y dolencias, más que previsiblemente.
Me vi sorprendido por la coincidencia en el tiempo, pero -sobre todo- asombrado por el efecto social que, al menos en Europa, produjeron una y otra desapariciones.

Teresa de Calcuta apenas tuvo unas referencias en los medios informativos de nuestro entorno, algo muy somero, aunque homenajes y profundo reconocimiento en la India donde dejó un enorme vacío, reconocimiento que se expresó en un funeral de Estado trasladando su féretro en el mismo carruaje en que se portaron los restos de Mahatma Gandhi, otro personaje enorme, de gran talla, aunque incomparable con ella. Y poco o nada más.
Estos días la Iglesia Católica, el Papa Francisco, ha canonizado a Teresa y eso supone unos requisitos que no tienen equiparación posible con Nobeles o cualquier otro tipo de galardón que Teresa recibió en vida.
Mi asombro fue tal que, entre otras muchas sabias y brillantes, una frase de Teresa me caló profundamente y la relacioné con la vida y muerte de Diana: "La mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis sino mas bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos."
Creo que Diana debió sufrir de esa enfermedad severamente; su pueblo, de la de histeria colectiva.