¡Va! ¡Cómo no aprovecharse de esa joyita de Mario Benedetti para reiterarte ahora lo que siempre fue entre nosotros y que el tiempo refuerza cada anochecer!
Puedes contar conmigo. Sé que siempre lo supiste, que siempre lo supe yo de tí, porque eres radical, todo o nada -o casi nada- cuando decides personas y aceptas debilidades y vigores, consistencias e inconsistencias. Tienes la habilidad de expresarte con silencios y mostrarte con los hechos: hoy me llevas, una vez más, no hasta dos o hasta diez sino hasta que yo lo necesite, calladamente, sin alharacas como siempre hiciste. Ahora que necesito la fuerza de tus ojos, la habilidad de tu palabra y los bastones de tus manos. Puedo contar contigo.
No fué porque la química cabalgara desbocada entre nosotros, no fué porque vencieran emociones a inconvenientes, no fué por un delirio de pasión y libertad, ni siquiera ocurrió gradual o paulatinamente: yo estaba bajo el dintel de la puerta de un despacho y tú estabas enfrente. Te estaba mirando y miraste fugaz y dejaste de mirar fulminante. Y me acerqué.
Después han pasado decenios y, aunque entonces fui yo quien me acerqué a tu lado, pareció que ya nos conocíamos y que todo era posible. Estuve listo al despedirme y supe decirte puedes contar conmigo -como te dije millones de veces después y ahora- también de seguido, sin pensarlo . Y sin pedirlo supe que contaría contigo.
Ahora, tan pegada a mi lado; antes y después de la tortura, hasta que pueda caminar por mí mismo, tambien después y para siempre. Gracias.