En Rosario, en la Argentina, aprendí de uno que pasaba por mi vida la palabra sexalescente. No hace falta que os diga lo que significa, ni que la RAE no la contempla, aunque debería.
Era un tipo ingenioso que, con su hermano, bajaba todos los veranos el Río de la Plata navegando hasta Puerto Madero y una vez allá atracaban y procuraban subir abordo todas las porteñas que podían. Y podían. Después cruzaban al otro lado y se aplicaban al mismo asunto y con el mismo empeño en Montevideo. No he vuelto a saber de él.
Somos muchos los que hemos tenido la suerte de llegar con salud, física y mental, a bastante más allá de los sesenta años de edad. Otros, muy queridos para mí, se quedaron en un cruce y no llegaron o tomaron vereda equivocada. De los que se quedaron antes o durante (duelen especialmente madre, Elena y Alvaro) sólo Dios sabe por qué o incluso no hay por qué: los acoje y ya. De los que se fueron pero superando casi insultantemente el listón de la esperanza de vida (mi padre, con 93) muchos de ellos llegaron tan lejos precisamente porque fueron sexalescentes.
De los que no tomaron la vereda equivocada, de los sexalescentes voy a decir algo: lo que más me gusta de ellos es que han llegado a una etapa en la que pueden hacer lo que quieran sin temor al 'qué dirán' o 'qué pensarán'. Eso es lo mejor y se lo deben a su cabeza, a su libertad y a su trayectoria que tiene que ser, para llegar ahí, contradictoria, peleona, inconformista, errática, romántica y pasional. Seguro.
De los que sí tomaron la vereda equivocada y su cabeza y sus inquietudes han dejado de elaborar proyectos imposibles, que sobreviven desmotivados, sin intereses, creo que mueren en vida y -salvo enfermedad- se convierten en vagos y maleantes de sí mismos. Cuando la vida les está dando lo mejor de lo mejor y sin dependencias laborales, sociales, sin coñazos que soportar ni citas impuestas a las que acudir, van y la cagan.
Soy perfectamente sexalescente y eso que estos días ando con tres piernas tratando de recuperar una rodilla; pero eso es solamente físico... Lo soy tanto que todavía me conmueven y me estremecen y me dan escalofríos las pelis de amor, las canciones de amor, las palabras de amor, los deseos y las pasiones de amor. O sea, el amor; incluso el amor de telenovela, de cartón piedra, el amor que ni lo es ni lo será pero lo aparenta, y se me humedecen los ojos con chorradas amorosas y eso es impropio de sexagenarios simples y aseados.
Soy sexalescente. Incluso noto que crezco por dentro. Se arman y encajan las piezas, un millón en mi puzzle, con mucha más facilidad y las maestras, las que te indican las siguientes piezas a colocar las detectas rápido. Vas descubriendo que el puzzle que te ha tocado es un paisaje bien hermoso, un privilegio, donde las piezas menos agradables o dolorosas son pequeñas y quedan en la periferia, sin aportar gran cosa al conjunto o casi nada como no fuera experiencia, aprendizaje.
Soy sexalescente. Incluso noto que crezco por dentro. Se arman y encajan las piezas, un millón en mi puzzle, con mucha más facilidad y las maestras, las que te indican las siguientes piezas a colocar las detectas rápido. Vas descubriendo que el puzzle que te ha tocado es un paisaje bien hermoso, un privilegio, donde las piezas menos agradables o dolorosas son pequeñas y quedan en la periferia, sin aportar gran cosa al conjunto o casi nada como no fuera experiencia, aprendizaje.
Voy a montar un club, el Club de Sexalescentes Desvariados, ellas y ellos. Todo lo contrario de un centro de día o una residencia de ancianos, ya suponéis.
Se admiten socios de todas la edades -unos aprenden de otros- de todo sexo, de toda extracción social y cultural. Pero el consejo y la gerencia lo manejan sexalescentes, que soy muy partidario de las gerontocracias, que los griegos sabían un huevo. Se prohibe hacer y hablar de política. Las cuotas desgravan en el ierrepeefe.
Se admiten socios de todas la edades -unos aprenden de otros- de todo sexo, de toda extracción social y cultural. Pero el consejo y la gerencia lo manejan sexalescentes, que soy muy partidario de las gerontocracias, que los griegos sabían un huevo. Se prohibe hacer y hablar de política. Las cuotas desgravan en el ierrepeefe.