31 de enero de 2017

Abdominales, Pelo y Piel

Lo de José María Aznar va más por dentro que por fuera, esos abdominales -tabletas- que luce producto de su constancia y esfuerzo y que se supone le gratifican, complacen a su persona. No es lo mismo que lo de José Bono, el transplante capilar y el botox que luce, que es más por fuera que por dentro. Bono lo muestra todo el año, Aznar solamente en verano y en bañador; ahí quiero ver yo a Bono ¡qué risa! 


Y de la ex vicepresidenta De la Vega, que se ha estirado la cara, en su caso mejor el rostro, hasta parecer si no un esperpento de ella misma una señora veinte años más joven que aquella, arrugadísima, que lucía en el desgobierno de ZP. Son ejemplos de decisiones, de elecciones, que ilustran si no vidas sí personalidades. Y, de cualquier manera, desde el más absoluto respeto a las decisiones particulares a mi me parecen muy exagerados esos abdominales, ese transplante capilar y ese botox y esos estiramientos faciales.

Son opciones de vida, más interiores o más exteriores, en cualquier caso reflejo de alguno de los valores de referencia que se tiene, que llevados a su apariencia se convierten en símbolos externos, en manual de uso del individuo, denotativos de una banalidad piterpanesca.  

Tenemos que elegir cada poco, generalmente entre dos opciones -no sé si levantarme a preparar un té ahora o después- que, sobre todo para decidir a medio y largo plazos, suelen complicarse en tres opciones, cuatro opciones, más. 

Cuando era un autónomo de mierda, que es lo que un autónomo generalmente alcanza a ser, la elección conllevaba siempre riesgo y contingencia personal, empresarial, propia y de terceros. Sin embargo, cuando ejercí por cuenta ajena, vulgo empleado, la elección equivocada -más bien sus consecuencias- tendía a diluirse, se recreaba eufemísticamente como error estratégico o quedaba como ejemplo para escuela de negocios. La partida se daba por liquidada en la mayoría de las ocasiones sin vencedores ni vencidos. Cuando nadie es responsable de los abdominales, ni del cabello ni de la cara, del resultado final y del esfuerzo para alcanzarlo, la cosa queda muchísimo más cómoda. 

Elegir a cada momento está estrechamente relacionado con el grado de involucración, hasta dónde y de qué manera afectará a la persona y su patrimonio material y moral, esencialmente, y a terceros eventualmente. No es lo mismo uno solo decidiendo que varios en compañía y mandando ejecutar la decisión a otros. Esto, tan simple de entender, no se le alcanzó nunca a Bono que ahora ha resultado ser fehacientemente el hipócrita manipulador que todos conocimos relevantemente en la manifestación de las víctimas del terrorismo en enero de 2005. Han pasado once años y el caballero no sólo no ha encanecido ni perdido pelo sino que lo ha ganado ¡y de qué manera! y vergüenza, escondido como está sin explicar lo que sabe y lo que supone de la muerte de siete militares españoles aquel verano del mismo 2005. La muerte de aquellos valientes en Afganistán, más que probable por tiroteo que por accidente, le ha pillado con la sartén -que quema- por el mango. Bono ha elegido, tarde y mal, esconderse, no mostrar el tupé.

En el otro lado está Aznar, que ni se ocultó ni se oculta de la pésima gestión de la contratación del Yak 42 y de la posterior y horrorosa tramitación y diligencia en la repatriación de los cadáveres del accidente.     

Perdonadme la digresión.