10 de febrero de 2017

No Es Por Nada

En nuestro maravilloso idioma tenemos frases hechas que son contradictorias, frases hechas incoherentes, frases hechas redundantes como, por ejemplo, “No es por nada”. Tal vez mejor, escrito “no es por nada…” seguido de puntos suspensivos, cuando se quiere decir que aquello por lo que se pregunta o de lo que se requiere información sucede sin ninguna importancia, nada por lo que preocuparse. O cuando se quiere justificar y se antepone, curándose en salud, a algo de lo que –tal vez sí, tal vez no- se quiere aliviar de importancia o restar trascendencia. La frase también es un comodín de la mentira, incluso piadosa, como un "no pasa nada" cuando en realidad está ocurriendo y ¡de qué manera! algo que achica y sobrecoge y deprime a quien dice ese "no pasa nada". Y puede ser tan excepcional lo que ocurre, tan milagroso por inesperado, que sólo cabe esa expresión para tratar de desdramatizar el hecho. 


El otro día mi amiga María nos giró esa expresión “No es por nada”,  a modo de titular, en un correo enviado a unos cuantos que echábamos de menos a una tercera persona, desaparecida de un foro durante unas semanas entre la bruma de la incertidumbre hibernal. María es muy sociable, muy amigable y consiguió comunicar con la desaparición. Nos tranquilizó: No es por nada fue la frase que puso en el campo de "Asunto" del correo y así resumía perfectamente la situación y tranquilizaba la inquietud de alguno que extrañaba su ausencia.

La alternativa podría haber sido “Es por nada”(*), “No pasa nada”, “Está bien”, “Pasa que pasa”, en fin muchos otros titulares, pero María fue sobria, directa y expresiva y con esa contundencia tranquilizó a quien estuviera inquieto o desasosegado.

En español existe una estructura semántica muy particular, especial, de negación; combina el adverbio no con otros elementos que tienen también sentido negativo. Nunca, jamás, tampoco, ninguno, nadie, nada, la locución en la/mi/tu/su y los grupos que contienen la palabra ni aparecen siempre en oraciones de sentido negativo. Si estos elementos van antepuestos al verbo, no se acompaña del adverbio de negación no: nunca voy a navegar; jamás te odiaré; nadie lo sabrá; ni tu marido lo perdonaría,  etc., como ejemplos simples. Pero si estos sintagmas adverbiales o proposicionales van detrás del verbo hay que forzar la redundancia y anteponer el adverbio no: No voy nunca a navegar; no te odiaré jamás; No lo perdonaría ni tu marido (tan enamorado como está de ti ¡ay!).

El español es un idioma potentísimo y los que lo amamos y disfrutamos torturando el palabrerío para construir la frase que exprese aquello inexpresable, admiramos ese prodigio de las dos «negaciones» que intensifica, vigoriza lo que queremos decir, potencia el sentido negativo del enunciado y, valga la paradoja, lo reaviva.

No es por nada, pero yo os recomiendo que de vez en cuando os dejéis seducir por la sintaxis, exploréis sus posibilidades incluso hasta llegar al maltrato. Debemos defendernos de unas normas estrictas y severas, pasar ampliamente de los señores académicos, arrejuntarnos si acaso con María Moliner -huyendo de la Rae como alma que lleva el diablo- hasta llegar al orgasmo del maltrato sintáctico, aquel que produce emociones en los receptores de nuestra verborrea y un pequeño temblor en uno mismo cuando, salidas de nuestro propio teclado, las palabras te hacen sonreír o salpican y humedecen tus pupilas. 

(*) De la réplica o respuesta al “gracias” con “de nada” o -sobre todo en ciertas partes de Suramérica- con “por nada”, si os parece nos enrollamos otro día. Aunque, no es por nada, pero tiene poca o cero importancia qué expresión es más o menos correcta y, además, ninguna gracia.