En nuestro maravilloso idioma tenemos
frases hechas que son contradictorias, frases hechas incoherentes, frases hechas
redundantes como, por ejemplo, “No es por nada”. Tal vez mejor, escrito
“no es por nada…” seguido de puntos suspensivos, cuando se quiere decir que
aquello por lo que se pregunta o de lo que se requiere información sucede sin
ninguna importancia, nada por lo que preocuparse. O cuando se quiere justificar
y se antepone, curándose en salud, a algo de lo que –tal vez sí, tal vez no- se
quiere aliviar de importancia o restar trascendencia. La frase también es un comodín de la mentira, incluso piadosa, como un "no pasa nada" cuando en realidad está ocurriendo y ¡de qué manera! algo que achica y sobrecoge y deprime a quien dice ese "no pasa nada". Y puede ser tan excepcional lo que ocurre, tan milagroso por inesperado, que sólo cabe esa expresión para tratar de desdramatizar el hecho.
El otro día mi amiga María nos
giró esa expresión “No es por nada”, a modo
de titular, en un correo enviado a unos cuantos que echábamos de menos a una
tercera persona, desaparecida de un foro durante unas semanas entre la bruma de
la incertidumbre hibernal. María es muy sociable, muy amigable y consiguió comunicar con la desaparición. Nos
tranquilizó: No es por nada fue la frase que puso en el campo de "Asunto" del
correo y así resumía perfectamente la situación y tranquilizaba la inquietud de
alguno que extrañaba su ausencia.
La alternativa podría haber sido “Es
por nada”(*), “No
pasa nada”, “Está bien”, “Pasa que pasa”, en fin
muchos otros titulares, pero María fue sobria, directa y expresiva y con esa
contundencia tranquilizó a quien estuviera inquieto o desasosegado.
En español existe una estructura
semántica muy particular, especial, de negación; combina el adverbio no con otros
elementos que tienen también sentido negativo. Nunca, jamás,
tampoco, ninguno, nadie, nada, la locución en la/mi/tu/su y los grupos que
contienen la palabra ni aparecen
siempre en oraciones de sentido negativo. Si estos elementos van
antepuestos al verbo, no se acompaña del adverbio de negación no: nunca voy
a navegar; jamás te odiaré; nadie lo sabrá; ni tu marido lo perdonaría, etc.,
como ejemplos simples. Pero
si estos sintagmas adverbiales o proposicionales van detrás del verbo hay que
forzar la redundancia y anteponer el adverbio no: No voy nunca a
navegar; no te odiaré jamás; No lo
perdonaría ni tu marido (tan enamorado como está de ti ¡ay!).
El español es un idioma potentísimo y los que lo amamos y disfrutamos
torturando el palabrerío para construir la frase que exprese aquello inexpresable,
admiramos ese prodigio de las dos «negaciones» que intensifica, vigoriza
lo que queremos decir, potencia el sentido negativo del enunciado y, valga la
paradoja, lo reaviva.
No es por nada, pero yo os
recomiendo que de vez en cuando os dejéis seducir por la sintaxis, exploréis
sus posibilidades incluso hasta llegar al maltrato. Debemos defendernos de unas
normas estrictas y severas, pasar ampliamente de los señores académicos, arrejuntarnos
si acaso con María Moliner -huyendo de la Rae como alma que lleva el diablo-
hasta llegar al orgasmo del maltrato sintáctico, aquel que produce emociones en
los receptores de nuestra verborrea y un pequeño temblor en uno mismo cuando,
salidas de nuestro propio teclado, las palabras te hacen sonreír o salpican y humedecen tus
pupilas.
(*) De la réplica o
respuesta al “gracias” con “de nada” o -sobre todo en ciertas partes de
Suramérica- con “por nada”, si os parece nos enrollamos otro día. Aunque, no
es por nada, pero tiene poca o cero importancia qué expresión es más o menos
correcta y, además, ninguna gracia.