28 de febrero de 2017

¡Oh!

Para mi querida sobrina Nuria. 


Al milagro del milagro se sucede el milagro. Cada vez que nace un humanito en mis cercanías, me da una sacudida por los adentros que me deja entre atónito y embobado.

El pasmo se debe, básicamente, a la contemplación de la criatura, tan fragil y tan cosita, tan bien hechos con esas uñitas de cristal que aparecen hasta en los meñiques, las patolillas inconsistentes y los ojos cerrados. El embobamiento son ellas, el misterio que para los hombres, para mi ignorancia y falta de figuración en este caso, supone la gestación y el alumbramiento. 

Yo las tengo más bien caladas, pero en la reproducción y su milagro me pierdo. Las conozco algo, más por una cuestión de edad y de repetición del suceso: cuatro hijos, veintiún sobrinos carnales, de sobrinos nietos unas cuantas paladas y ya de otros políticos, amistosos o simplemente conocidos no quiero, ni sería capaz de, contar la cantidad de vidas que he seguido, más o menos, en su desarrollo biológico. 

Las tengo caladas, dentro de un orden, y entrando en la cincuentena supe por qué nos resultan tan increíblemente íntimas y tan desgarradoramente extrañas: ellas conocen el secreto de la vida, nosotros no. Ellas saben que en la misma manzana del mismo barrio donde están las herramientas para producir el milagro se encuentran, de forma natural, los excretores de desechos, los restos de la supervivencia. Y lo tienen en cuenta cada minuto de nuestras vidas. Nosotros, no. Vamos más de suficientes. 

Todo son periodos de 28 días, pero no exactamente y hasta la luna -ella, tan femenina, no como el sol, él tan arrogante- nos trae y nos lleva por los claroscuros de los biorritmos. Hoy día 28, señaladamente, en este febrerillo loco, ha nacido mi sobrino Santiago que -no lo duden- va a ser un gran chaval, un gran hombre y un poseso del Real Madrid, un tipo que seguramente verá cómo se gana la vigésima. Un milagro. Enhorabuena. 

¡Oh!