18 de marzo de 2017

El Olor De La Ignominia

La mañana del solsticio de verano de 1993 bajaba yo, tempraneramente, en sentido norte sur, la calle Príncipe de Vergara -antes, General Mola- de Madrid, a la búsqueda de aparcamiento lo más próximo posible con la esquina  de López de Hoyos. Tenía una reunión en esa misma calle, en una institución corporativa de entidades aseguradoras para el patrocinio de unas actividades docentes. Era un día espléndido en el que había amanecido rodeado del cantar y el pío-pío de pajarillos, una madrugada prodigiosa. 


Nunca llegué y no pudo ser. A la altura del Auditorio Nacional de Música, parado en el semáforo de la boca de Metro Cruz del Rayo, con la ventanilla del coche medio bajada porque todavía era fumador, pude escuchar un sonido potentísimo y seco. Inmediatamente, un silencio atroz. Supe que algo había ocurrido y recuerdo perfectamente, de coche a coche, el cruce de miradas entre un señor y yo y la lentitud con que avanzamos cuando se puso el semáforo en verde. 

Cuando alcanzamos la misma esquina con López de Hoyos, había tres autobuses parados, uno de ellos bloqueando el acceso a la propia calle, bastantes coches con los conductores pie a tierra y las puertas abiertas y un olor indescriptible, un olor que parte el alma, un olor tremendamente agrio, ácido, que abrasaba nuestras gargantas y fosas nasales. Era el olor de la masacre de siete asesinatos de Eta en un atentado que, además, hirió gravísimamente a tres niños. 


Hoy leo que la banda asesina se desarma. Un insulto a la inteligencia de cualquier persona normal. A la banda asesina la desarmaron los españoles de bien y sucesivos gobiernos que algo debieron hacer acertadamente para que cesaran los asesinatos y las ratas acabaran saliendo de sus escondrijos. Casi todo lo que queda de esa mafia terrorista y asesina está en prisión, desgraciadamente no para siempre. 

Con este comunicado absurdo con el que se han despachado, en la antevíspera del solsticio de primavera de 2017, veintitrés años y nueve meses después de aquel horror, solamente hacen pura propaganda cara a presos asesinos, puro oportunismo. 

A algunos como yo han vuelto a removernos, todavía hoy, el dolor que nos causó; a recordarnos el olor de la ignominia, aspirado con las lágrimas más agrias mientras escuchábamos desde aquella esquina el silencio de la impotencia y las sirenas lejanas acercándose. 

Por mí, que se pudran en las cárceles hasta el final de los tiempos.