9 de marzo de 2017

Embassy o Los Besos Cruasán

Ahora cierran Embassy en Castellana esquina con Ayala, en el foro: es como cerrar el Palace, Lardy o la chocolatería San Ginés. Dice la empresa que se trata solamente de ese local, que no afecta a otros tres o cuatro que tienen en plena actividad también por la Comunidad de Madrid, que no hay problema económico global sino de rendimiento de esa tienda, precisamente. Me afecta emocionalmente para bien y para mal.

Para mal porque la noticia me llega cuando yo -hace años- no vivo en Madrid y, además de transitar la Cuaresma, el momento no me es propicio para una última visita, una despedida que tenía pendiente yo conmigo mismo. Para bien porque sube el ánimo constatar que no es solamente uno el que va cerrando -ilusiones, ritos y costumbres, incertidumbres y realidades- recintos propios, locales antaño productivos, sino que también otros mucho más hábiles, pero más vetustos, alcanzan sus pitopausias parciales y acaban dando por finiquitar su principal, y más reconfortante, actividad. Para bien, igualmente, por los besos dados y recibidos y, déjenme un momento, ahora les explico.

Desde septiembre de 1978 hasta noviembre de 1979 trabajé en TBWA, en el ático ubicado  en Castellana 12, justamente el mismo edificio donde en el bajo -haciendo esquina con Ayala- todavía hoy permanece abierto ese local de Embassy. A través del patio interior, ascendían permanentemente los aromas a cruasán y bollería que se colaban en mi despacho y en prácticamente toda la oficina, de modo que los humanos allí laboralmente residentes padecíamos de contínua y severa insalivación, sin solución de continuidad de lunes a viernes.

En esas circunstancias y en ese tipo de trabajo, por decir sin señalar, tan liberal y con todos o casi todos alrededor de la treintena, el efecto que nos producía el insalivamiento se dejaba notar especialmente entre aquellos que mantenían lío, en sus besamientos e intercambio de fluidos. Yo mantuve un corto romance, o tal vez lo mantuvieron conmigo, con besos que sabían a cruasán en casi todas las ocasiones, a veces a bollo suizo y esporádicamente a tarta de manzana. Eran besos sabrosones.

Exactamente treinta años después trabajé para una sociedad aseguradora, o eso decían, en La Florida, una urbanización situada en Aravaca que también tiene una tienda Embassy y un comedor para no más de quince comensales al que solíamos acudir a degustar el menú. Allí no producían repostería pero yo, llegando o simplemente acordando con otros que comeríamos en ese Embassy, empezaba a insalivar e insalivar e insalivar de nuevo, como efecto Pavlov, respuesta de un estímulo que recibía, no de mi cerebro sino de la nostalgía, de la evocación que provocaba un simple logotipo, una tipografía peculiar pintada en verde. Y el paso del tiempo.

Los de Embassy deberían envasar el aroma de su obrador y venderlo en frasquitos, para aspirar justo antes de empezar a besarse.