17 de agosto de 2017

Abuelos En La Posmodernidad

Antes, cuando la familia, había un orden y un mando que permitía a los niños discriminar jerarquías. Los abuelos eran un ser en uno, indivisible. Desgraciadamente, quiero suponerlo así, ni mis hermanos ni yo tuvimos abuelos varones en nuestras vidas y las abuelas -ya lo he contado aquí mismo- ambas dos resultaron mancas, una de nacimiento y otra sobrevenidamente. Una de ellas, la materna, nos acompañó durante bastantes años, en mi caso hasta mi primer cuarto de siglo; una mujer admirable, llena de carácter y bondad. 

Antes, cuando se entendía por familia diferentes categorías de experiencia y autoridad, la relación abuelos/nietos se sustanciaba en el afecto y era, básicamente, un intercambio de cariños y un referente de experiencia, de sabiduría. De modo especial con los abuelos de la línea materna, generalmente. Casi nunca era una relación subrogada, de suplencia de responsabilidades paternas, de obligaciones diarias del nieto con el abuelo o el abuelo con el nieto; en realidad era raro que existiera, como frecuentemente ocurre ahora, dependencia.

Hoy, cuando llegan los nietos a las casas de sus abuelos, lo primero que hacen es usurparles el sofá, arramplar con el mando de la tele y destartalar sus horarios. Son los padres de las criaturas, evidentemente, quienes permiten ese estado de cosas. Son los padres quienes, ante la absoluta incredulidad de los abuelos, generan diálogos con sus hijos de dos años de edad pretendiendo que los críos raciocinen, relacionen causas y efectos y diferencien y maticen. 

Lo de los niños de hoy en día, en nuestro entorno -que hace que soporten un exceso de información- y salvadas algunas excepciones, pasa por una actitud paternal consentidora y, más que laxa e incoherente, disfuncional. Los pequeños, abrumados, son incapaces de procesar adecuadamente tanto estímulo acompañado de tanto amodorramiento frente a los dispositivos electrónicos que se ponen a su disposición: teléfonos, tabletas, televisores. 

Demasiado de casi todo y poca simplicidad en las actividades cotidianas, en el relleno del ocio, en los tiempos de espera. Antes jugábamos activamente, teníamos pocos pero estimulantes juguetes que cobraban vida propia gracias a nuestra imaginación. No sé yo si estoy idealizando una infancia como la mía llena de carencias -¿en relación con qué otras situaciones?- pero saturada de momentos donde los niños teníamos que patear una simple lata o escondernos hábilmente los unos de los otros y eso era todo y eso llenaba nuestras vidas y potenciaba nuestro intelecto. 

Hoy, en esta etapa de posmodernidad y especialmente en el -mayoritario- modo urbano, ejercer de abuelos es a menudo un ejercicio de suplencia de paternidad, un comodín sustitutivo de faenas que deberían realizar los padres. Tal vez por el apego y por las sinergias emocionales que se generan, esas relaciones tan estrechas entre nietos y abuelos sean muy beneficiosas para sus respectivas infancias y senectudes. No diría yo que no, ni que sí. Lo que tengo claro es que ser nieto y ser abuelo es menos conflictivo que ser padre o ser hijo y mucho más cómodo en las discusiones familiares. Casi seguro que nadie me va a llevar la contraria.