7 de octubre de 2017

La Bandera De La Ruina

Luis Ventoso(*), que escribe como respira y con un garbo, una gracia y una capacidad retórica envidiables, define a la estelada como "la bandera de la ruina". Sin duda lo es. 

Se trata de un símbolo, la estelada, que han exhibido grandes corruptos como los Pujol, Millet, Pallerols, acompañando acomodaticiamente a la señera que es la bandera oficial y que, no por casualidad, es la de los reyes de la Corona de Aragón. 


La bandera, el escudo, el himno, representaciones de valores y creencias, de pertenencia que tratan siempre de perpetuar el grupo, estimulan emociones tanto como remiten a espacios físicos y mentales de características concretas: culturales, estéticas y éticas. No son símbolos neutros sino generalmente excluyentes, que incomodan tanto como agradan y emocionan; sean los de la de la Onu, de la Fifa o de Serranillos de Corneja. Sin embargo, finalmente -perdón por el maniqueísmo- las veo en dos categorías: aquellas que traen riqueza y estabilidad, esas otras que llevan a la calamidad y la ruina, como bien dice Ventoso. 

Es el caso de la estelada, con un significante separatista ímplícito, disgregador, frente a la señera, con un significado ya diluido, incapaz de producir representación mental alguna al margen de la idea de conflicto. Demasiado fuerte el grafismo de la estelada como para que la señera soporte el envite. Es como lo de aquel fusil al que incrustaron un clavel en la bocana y pasó de herida a beso, de sangre a miel. Además del atropello económico que el anuncio de una posible declaración unilateral e ilegal de independencia ha producido en Cataluña (algunos impuestos del Sabadell para la autonomía valenciana y de Caixa Bank para la valenciana, huida a mogollón de sedes sociales de pymes, traslado de cuenta correntistas y depositantes de bancos catalanes corriendo a otras entidades, bolsa tambaleante, etcétera.) pero no sólo en Cataluña, hay que inventariar lo que esa bandera que llaman estelada supone de ruina moral para la sociedad catalana. 

Hoy, he querido hacer esta reflexión llena de obviedades y lugares comunes porque muchos españoles vamos a reivindicar este fin de semana, debajo de la bandera común, sobre todo el respeto a las leyes de todos y a la libertad que nos permite cambiarlas si una gran mayoría lo desea, a la fuerza del reconocimiento de diferencias y peculiaridades que deben ahormar el grupo en vez de destartalarlo, a la ventaja de ser muchos con el mismo afán de progreso. 

Ahí les dejo con un catalán genial, para tratar de relajar a la vez que de poner las ideas en su lugar apropiado, un catalán de los de sumar, de los que antes -ahora en desuso- llamábamos progresistas.


(*) ABC, página 15, 6 de octubre de 2017.