1 de octubre de 2017

Se Me Olvida Decirlo

Nos quejamos. Muchos exageramos o, como poco, enfatizamos nuestras dificultades, nuestras penas y frustraciones. Tal vez porque sea más fácil y también más práctico desahogar nuestro dolor y decepciones que explicar la satisfacción y la felicidad. Me duele aquí, decimos a la vez que señalamos la articulación inflamada o ¡ay! nuestro corazón ¿pero cómo indicamos el sitio exacto de la felicidad? ¿dónde reside la alegría? ¿cómo señalamos el lugar que ocupa el regocijo? La risa y el llanto. 

Hay auténticos profesionales especializados en la murga, ellas y ellos sin distinción, homogéneamente distribuidos por el planeta. Se trata de insoportables humanos que sistemáticamente expresan su descontento, su padecimiento, sus dolencias o contrariedades y lo hacen repetitiva y cansinamente. Plastas.  Trabajé durante años en un quinto piso y en mil ocasiones compartí ascensor de subida o bajada -con paradas en segundo, tercero y cuarto, impepinablemente- con un compañero tan depresivo como hablador, con una verbosidad inverosimil de no ser porque todos los habitantes del edificio la padecíamos.

-Buenos días, Toni ¿qué tal?
-Fatal, de martes, esperando un taxi durante ni se sabe ¡joder que no es lunes ni viernes!
-¡Vaya, hombre, qué mala suerte! Yo he venido del tirón, sin una retención.
-¿Has aparcado bien?
-Justo enfrente, regio.
-Ahí suelen rayar los coches.

Pasa que nuestra sustancia es moldeable, ajustable, perfectible y sin embargo los hay que no quieren ni pueden cambiarla sin un enorme esfuerzo por su parte. El plasta, la cansina soporífera vital, son una calamidad que te puede tocar y que hay que combatir porque, a veces, contagian aunque sea levemente. Te cruzas con alguno de esa especie un día en que ibas contento y hasta alborozado y la cagas a poco que te detengas a saludar. Hay que huir, se trate de quien se trate, inmisericorde.  

Todo viene porque esta madrugada, recién levantado, me he sentado en el borde de la cama del cuarto de al lado y he visto esa foto que os muestro, de ese niño que hoy se repite en mis nietos y nietas y que se le ve encantado con su camionaco, al borde del mar, oliendo a batea. Y he pensado que, como él en ese día y en aquel momento, se me olvida deciros que he sido feliz muchas veces, durante mucho tiempo.