1 de octubre de 2018

Octubre Azul

Relacionamos los meses, y aún las estaciones del año, con lo más íntimo de nuestros sentimientos, con episodios que nos marcan muy por encima de vínculos sociales y familiares: con lo más personal, en todo lo más alto o lo más bajo de nuestra vida. La cópula de las remembranzas con lo íntimo suele producir un clímax: doloroso si fue desencuentro o herida, gozoso orilla el éxtasis si..., en fin, aquello resultó cima de satisfacción. 

Se supone que, en el recuerdo de la celebración del acontecimiento, nos ceñimos a un día concreto, entre domingo y lunes, entre las cero y las veinticuatro horas. Así nos va, con ese autoengaño que permite olvidar el tiempo previo y espectante -quién vendría, quién se acordaría u olvidaría, qué procurar y qué hacer especial y distinto- y el tiempo ¡ay! posterior del recuerdo concreto de cada aniversario. Para evitarlo, sin apenas darnos cuenta, procuramos el redondeo y ochenta es al parecer una edad, un año, de mayor cumplido y agasajo que setenta y nueve o treinta y siete o por ahí. Del mismo modo, nos engañamos y de lo imperdonable entonces pasamos a lo justificable ahora y, justamente al revés, de lo que entonces comprendimos llegamos a lo inaceptable por inexplicable. Filtra más el tiempo que nuestra ecuanimidad, más la impotencia que la imparcialidad.    

Pero no elegimos y cuando, inopinadamente, un último cumpleaños se celebró antes de lo previsto o una Navidad estuvo llena de ausencia y luto o un junio se cubrió de sorpresa, impotencia y adiós, entonces, por ello y por nada, se llena el mes entero, las semanas enteras, todo el día concreto, con un desgarro interior inexplicable que sólo el tiempo irá templando.

No elegimos tampoco la alegría. Llega un día cualquiera inesperadamente, aquel regalo o la vida con la manos abiertas arreglando nuestro problema y hasta nos cambia el gesto y la mirada. Y sin embargo ¿será cierto que recordamos más las penas que las alegrías?

Hasta aquí mi digresión hoy, de madrugada, el primer día del mes de la sementera, que el hogar de leña cubre y el viento lleva. 

En octubre paso de azul tenue, prácticamente blanquecino, deslumbrante, a un azul oscuro antes del negro. Es el acceso al interior de un largo túnel que atraviesa el otoño en un tren renqueante, que expele un seco olor a azufre, que expira agrias gotas de lágrima infantil. Odio hondamente octubre.