Cae por el peso de su inmensa lógica lo que nos dijo el Papa Francisco en la Navidad de 2017: "Sin Jesús no hay Navidad, habrá otra fiesta pero no la Navidad". Es el discernimiento jesuítico, pedagogía para desvariados, confundidos y aturdidos. En otro negociado reposan los que, por razón de animosidad o inquina, denostan todo lo relacionado con el cristianismo.
La Navidad que nos ha procurado el último medio siglo está desnaturalizada, hasta el punto de trasladar lo místico a lo más vulgarmente físico e incluso meteorológico: de Fiestas del Solsticio de Invierno -así, con todas esas mayúsculas- a la irrupción marketiniana primero de santa Klaus o san Nicolás que ha devenido en Papá Noel definitivamente, tal vez para evitar el "san", tan poco aceptado fuera de la Iglesia Católica. Papá Noel, un tipo que, a su vez, evolucionó de lo verde que connotaba boscoso, cérvido y ecológico, a lo rojo Coca-Cola y no se hable -aquí- más de ello, dejando muy a lo lejos a san Nicolás que desapareció sin dejar rastro en la batalla del consumismo.
La Navidad que nos ha procurado el último medio siglo está desnaturalizada, hasta el punto de trasladar lo místico a lo más vulgarmente físico e incluso meteorológico: de Fiestas del Solsticio de Invierno -así, con todas esas mayúsculas- a la irrupción marketiniana primero de santa Klaus o san Nicolás que ha devenido en Papá Noel definitivamente, tal vez para evitar el "san", tan poco aceptado fuera de la Iglesia Católica. Papá Noel, un tipo que, a su vez, evolucionó de lo verde que connotaba boscoso, cérvido y ecológico, a lo rojo Coca-Cola y no se hable -aquí- más de ello, dejando muy a lo lejos a san Nicolás que desapareció sin dejar rastro en la batalla del consumismo.
¿Cuándo se perdió el sentido de la Navidad? Me cuesta decirlo: se perdió el día en que los niños conocieron más y mejor a Papá Noel que a Jesús de Nazaret. El regalo infinito por inmenso del Creador, que es hacerse humano para redimirnos e indicarnos el camino -del amor, del perdón, de la misericordia- no está presente en la mayoría de hogares y familias que, hoy, sí se saturan de regalos, casi todos inmediatamente caducos, casi todos innecesarios.
Toda la iconografía de Navidad, que era plateada y dorada, nevada y musgosamente verde, iluminada y luminosa pero no estridente, toda ella se fué a la calle, a los escaparates, a los centros comerciales, a la innecesidad material en vez de al deseo interior. Consumo frente a continencia, apelotonamiento social frente a recogimiento familiar, masificación y premuras frente a dulzura y amabilidad.
Toda la iconografía de Navidad, que era plateada y dorada, nevada y musgosamente verde, iluminada y luminosa pero no estridente, toda ella se fué a la calle, a los escaparates, a los centros comerciales, a la innecesidad material en vez de al deseo interior. Consumo frente a continencia, apelotonamiento social frente a recogimiento familiar, masificación y premuras frente a dulzura y amabilidad.
Es otra fiesta, no es la dulce Navidad. Se deterioró todo su sentido como se ha deteriorado la familia -una mujer, un hombre y su descendencia- y ¡ay! el respeto a la vida por nacer. Y eso nos lleva a rellenos y postizos, a preocuparnos por el amigo invisible, por qué comeremos y beberemos o cómo decoraremos nuestra casa, olvidando lo esencial: que uno "olvidándose de sí, se encuentra" y que "dando, se recibe".
Pero es que antes, cuando entonces, compartíamos en familia, estábamos con los seres queridos y sobre todo celebrábamos el nacimiento del niño Jesús y cantábamos villancicos después de cenar, dulcemente y sin estridencias. Ahora no.
Bueno, pues Feliz Navidad.