1 de abril de 2019

El Alma Estupefacta: Cando Os Caladiños Pasan.

“El alma que anda en amor, ni cansa, ni se cansa.” 
San Juan de la Cruz

Hubo una noche especial en la que vi desfilar el amor, el perdón y la misericordia. Venían calle abajo; de lejos, un soniquete anunciaba la llegada del fraseo musical tristón y melancólico. Ocurrió en el lugar donde el puente de piedra separa la mar del río, la espuma dulce de la salada. Era Viernes Santo y la procesión, sin cruces ni imágenes, solamente personas -"Os Caladiños"- banda de música y humo de velones, transitaba entre la espesa humedad de la antemedianoche. Desde entonces y de aquello han transcurrido más de treinta mil mareas. 


"Os Caladiños" es el mismo tributo, idéntico reconocimiento del cortejo que en otros lugares denominan "Procesión del Silencio"Todos desfilan o acompañan silenciosos, en homenaje a la ausencia del Crucificado, esa noche fallecido aunque no muerto. Unos ¿tal vez la mayoría? como simple testimonio social de un hecho histórico que ni les quita ni les da de comer. Otros, ni siquiera eso. Alguno de entre ellos -lo expresa su mirada- seducido, recluso del Misterio y de los valores que dan sentido a su vida sin cuestionamientos, más allá de la razón y el entendimiento, más allá de la confusión o el error. 

Algo inexplicable y grandioso ocurre cuando, dos mil y pico años después, tantos cientos de millones de seres humanos guardan silencio y se recogen, repetitivamente cada año, durante unas horas de una noche de viernes a sábado con la primera luna llena del equinocio de primavera.

Hay "caladiños" prácticamente por todo el mundo adelante. Yo tengo el privilegio de sentirlos, más que verlos, estos últimos años por Ferrolterra, aunque aquello de cuando entonces vino a sucederme en ese pueblo de torreón, iglesia imponente y marineros bravos donde se funden río y ría. 

Al paso silencioso de la compaña, cada año me pregunto ¿y quién los manda? ¿qué íntimo arcano guardan sus familias, sus tradiciones, para que este viernes sí y todos los demás viernes sea no? ¿qué les empuja una sola tarde, una noche al año, para arrastrar el madero sin mostrarlo, para creer en aquel cáliz sin beberlo, para conjeturar sobre el grial sin ir a buscarlo? Al menos una vez en vuestras vidas deberíais verlos y asombraros.

Después, las callejuelas quedan cubiertas de goterones de cera,  de invisibles pisadas de pies descalzos, de miradas perdidas mientras algún “caladiño”, mostrando su alma estupefacta, regresa a su rutina cuando la noche más triste duerme sobre el monte que separa las rías.