25 de julio de 2019

Lo Bueno Y Lo Nefasto

Después de los fastos de la madurez -¿qué es maduro y cuánto dura su momento?- ya bien adentrados en la equidistancia y relativismo de la senectud, alguno obtiene la gracia de distinguir entre lo bueno y lo nefasto. 

No digo lo malo, digo lo nefasto. Sugiero el sentido transcendente de nefasto frente a malo; la inmediatez de lo malo frente a las consecuencias más a medio y largo plazo que evoca lo nefasto. A lo nefasto asocio efectos que se mantienen en el tiempo; a lo malo, lo simplemente impertinente, lo que de modo más inmediato nos molesta, nos incomoda. En sus efectos, lo nefasto siempre tres o cuatro grados por encima de lo malo.

Casi siempre, nuestro deseo no lo es porque lo ponderemos bueno sino que lo consideramos bueno simplemente porque lo deseamos. No suele haber un juicio reflexionado y ¡hala, allá que me voy! Lo digo porque, ya más que sabido, las palabras no son neutras y si malo es este sistema político que nos dimos,  el punto al que hemos llegado es nefasto.


Al poder -al desgobierno y buen vivir, quiero decir- son elevados los políticos y aquí, inmediatamente, se olvidan de ir puliendo los vacíos, rellenando los vacíos, vaciando las competencias erróneamente cedidas: ley Electoral, seguridad social y pensiones, igualdad de derechos y retribuciones en igualdad de obligaciones y responsabilidades. Tres grandes áreas de actuación que permitirían acabar con la inmensa mayoría de injusticias y todo el catálogo de reivindicaciones que capitalizan las izquierdas en nombre, dicen, de toda la sociedad. Y ese vacío es lo malo que ha generado esta situación nefasta. 

Ni Aznar ni Rajoy tuvieron los arrestos suficientes para afrontar esas carencias e injusticias, esos errores y gazapazos que se arrastran desde bien mediada la Transición hasta hoy. Después Zapatero quebró, sin cortarse un pelo, el Estado tanto en su economía como en su integridad territorial. En esos cometidos lo hereda Sánchez, un mentiroso compulsivo de tesis y un falsario de tenderete de feria. 

Esa labor de revisión y renovación básicas es el discurso que los conservadores, por constitucionalistas pero no inmovilistas, deberían asumir y, además, capitalizar para las urnas: ley Electoral; seguridad social y pensiones; igualdad de derechos y retribuciones -en ingresos, sueldos; en costes, impuestos- en igualdad de obligaciones y responsabilidades. 

No parece que, algo tan elemental, que es lo que hay que repetir, repetir, repetir y repetir repitiendo, sea la estrategia -además de la básica misión- de Ciudadanos, PP o Vox. Los tres coinciden, sin embargo, entre ellos y con las izquierdas y el secesionisno, en la ambición de poder, que es lo malo. Una vez alcanzado el sillón del gobierno de España, la inoperancia se hace sujeto de sus deseos porque sus consideraciones particulares hacen bueno aquello que lo es simplemente para ellos. Nefasto para el resto.