24 de octubre de 2019

Desbrozando Memoria. I, El Apaño Inteligente.

Para el nietamen: Uyi, Beltrán, Greta y Thelma.
Para cuando toque callar o hacer callar, desbrozando memoria.





I. El Apaño Inteligente.

En lo que queda de España, muy a menudo, cuando alguien dice "democracia", justamente en el momento de pronunciar "cra", parecen emerger desde el paladar bellos jardines expeliendo los aromas naturales más agradables. Dada nuestra tendencia exagerada a detestar y magnificar, para una mayoría de nosotros "democracia" es una panacea, un paraíso, aquel sistema o régimen proveedor de nuestro progreso hacia la justicia, primero, la igualdad después y la felicidad al cabo. 

La perversión intelectual del auténtico significado de democracia, viene de lejos alimentada por el engaño idealizador de nuestra capacidad individual de participación, de participación pro activa para cambiar algo. Creemos ser capaces de legitimar e intervenir en "los eventos consetudinarios que acontecen" (*) por medio de esa panacea de la democracia; no es así. Sin reparar en tipos y grados de democracia, en la nuestra, el individuo permanece detrás del colectivo y no antes, detrás del pueblo y no en su vanguardia.  

Hubo tiempo, demasiado extenso, en que la palabra "democracia" se pronunciaba por lo bajinis; se parecía a "república" y su connotación era ideológica y políticamente nefasta. Palabra que en castellano, para algunos, parecía tan fea como "carraspera", "gurruño" o "pluscuamperfecto". Fué entonces cuando, muchos -no los menos- añadieron "orgánica" -"democracia orgánica"- superando cualquier pleonasmo, oxímoron o paradoja que antes se hubiera dado en la humanidad para calificar eufemísticamente un régimen dictatorial y totalitario. Para mí, lo discutible, a toro pasado, es si a aquel régimen, a aquella "democracia orgánica", le sobraron al menos 16, 20 ó 25 años. 

Me aboné hace ya mucho tiempo a la idea de que si Francisco Franco hubiera convocado unas elecciones, a partir de 1950 en cualquier momento -abriendo el régimen- incluso con limitaciones para los partidos cuya ideología negara la propiedad privada, la de los medios de producción y el mérito y esfuerzo del individuo, es decir el comunismo o marxismo más radical, Franco, digo, hubiera arrasado y estoy convencido de que en sucesivas convocatorias también habría ganado. Como triunfó De Gaulle durante más de una década.

Pero no. Y fallecido el dictador -de cuyas cenizas hoy hace propaganda el más nefasto de los inelectos presidentes de gobierno de España- es bien sabido: hubo que hacer primero un apaño, luego un consenso, después una Constitución seguida de una votación y finalmente unas elecciones, para presentarnos aseados y con cierta urbanidad frente al "mundo democrático". 

Ese proceso, lógicamente y con severos riesgos, se alargó desde 1975 hasta 1982 al menos, siete años como las maldiciones y bendiciones bíblicas. Al proceso lo denominaron Transición y fue bienvenido e incluso exaltado -por la mayoría de paises con sistemas democráticos asentados- como proceso referencial del paso de una dictadura a una democracia. Os lo detallo porque yo lo viví, en algún momento activamente, entre mis veinteséis y treinta años y sé de qué hablo. 

Ahora parece que ese periodo, la Transición, fue sencillo o soportable; incluso yo creo que está idealizado. Había violencia casi a diario: ETA a bombazos y tiros en la nuca, ultras ametrallando abogados y violentando la calle, momentos críticos de negociación, vacíos de poder. También, en fin, puestas en escena para validar el suicidio del régimen franquista, como fue el referendumm de 1976 para la Reforma Política, referendum improvisado, falto de garantías pero apañado como soporte para otro referendum inmediato,  este sí con garantías, el de 1978, que habría de validar la nueva Constitución.  


Como vosotros ni votásteis la Constitución, ni la habéis leído en las escuelas o particularmente,  voy a daros brevísimos datos sobre aquella votación porque en los extremos se sigue denostando el proceso, el propio referendum, e incluso retorciendo los hechos por aquellos que presentan la Segunda República -que ni fue sometida a referendum ninguno ni respaldada su Constitución- como el paradigma de los régimenes democráticos y ponen a parir esta Monarquía Parlamentaria legitimada dos veces por las urnas (**).  

Reitero, sin reparar en tipos y grados de democracia aquí se estableció una monarquía parlamentaria que fue mayoritariamente aceptada por medio de referendum. Un referendum, en 1978 (**), ya con garantías jurídicas y no como el de 1976, con el reconocimiento de derechos básicos -como el de libre expresión o el de libre reunión- que hasta entonces estaban desaparecidos o perseguidos- y con la incorporación de interventores de mesa y, muy moderadamente, algunos debates en televisión. Sobre esa Constitución hasta la Comisión Permanente del Episcopado Español reconocía «unos valores intrínsecos innegables, junto al dato esperanzador de que sea fruto de un notable esfuerzo de colaboración y convivencia», aunque con todos los matices, recelos y prevenciones propias de su misión religiosa y función social porque, en el régimen franquista, la católica era la única religión haciendo de España un estado confesional explícito.   

Dije apaño. Lo repito. No fue, simplemente, pasar de una dictadura a una democracia, también de un estado absolutamente centralizado a otro absolutamente descentralizado (¡seguridad, educación, sanidad!), con perversas consecuencias para la autoridad estatal (Jefatura y Presidencia) y para la capacidad de control de la redistribución de la riqueza, la fiscalidad y el equilibrio presupuestario. A pesar de ello, al menos durante 35 años el sistema ha sobrevivido, más que funcionado; a menudo mirando para otro lado cuando el nacionalismo, el populismo y la crema social arramplaban con patrimonios y competencias ajenas. 

Pensad en lo que nos han traído, hasta hoy, las herramientas que hubo que utilizar para ello: D'Hont, Estatutos de Autonomía inmanejables -soporte y palanca de reivindicaciones infinitas- y una generación actual de políticos de escasísima talla, ínfimos niveles de visión estratégica, sobrevalorados, sobrepagados en general, inexperimentados la mayoría, pervesos casi todos.

La realidad incontestable del proceso de la Transición es que se produce una amnistía gracias a la generosidad de las víctimas de todas las partes, de familias enteras perdonándose un pasado criminal y gracias también a la voluntad de una sociedad -aquella sociedad- verdaderamente sacrificada y conciliadora capaz de encontrar puntos de acuerdo y progreso y evitar las diferencias. 

(*) A. Machado/J. de Mairena, no se me diga que plagio ¡leedlo y dejad la pleiestension un rato!
(**) De un censo de 26.632.180 individuos (éramos algo más de 36 millones y medio de habitantes, hoy somos casi 47 millones)  votaron 17.873 271 (67,11 % del censo) o, lo que a efectos conclusivos es lo mismo, se abstuvieron el 32,89% de las personas con derecho a voto, 8.758.909 individuos.

Siguiente próximo capítulo: Desbrozando Memoria. II, La Gestión Infame.