21 de febrero de 2020

Gozo,Infierno. Almodovar, El Gran Publicista.

Almodóvar con protas de Dolor y Gloria
Entre finales del '70 y hasta mediados de '72 coincidí, en Gran Vía 28 de Madrid, sede de la Compañía Telefónica, con Pedro Almodóvar Caballero. A edad tan temprana, él ejercía de ordenanza entre la planta baja -y las alturas- y yo como auxiliar administrativo, en el Departamento Comercial, en el negociado o sección de Nuevas Promociones.

No tuvimos más relación que las laborales eventualmente coincidentes. Procedíamos de muy diferentes estratos sociales y nuestras pulsiones, las de manual de antes de los veinticinco años, eran sustancialmente -o sea, de ráiz- distintas; hasta opuestas en algunos aspectos. Había, sin embargo, alguna coincidencia ¡cómo no! en internados colegiales y también se daba la circunstancia de que Almodóvar era de Calzada de Calatrava y mi mujer de Almagro, La Mancha genuina, y así lo habíamos comentado recreándonos en peculiaridades geográficas, cinegéticas y cultuculinarias.

La idea que tuve de la relación de pasillos y ascensores era la que se corresponde con  dos inquietos y ansiosos, él aún más que yo: tan amigable como reservado y en esa aparente contradicción -por encima de todo- una persona que ya quería significarse, mostrarse diferente, original, forzadamente en ocasiones, con un poso de soledad a pesar de su socialidad, por momentos divertido, extravertido.

Alguna vez, Pedro me invitó a tabaco o me ayudó junto con otros colegas en el traslado de material para la decoración de una vitrina escaparate y en otra ocasión tomamos el mismo taxi, él camino de plaza de España y yo continuando hasta Reina Victoria, orilla lo que fue el estadio del Atleti. En el taxi hablamos de Argentina, de un general que se había alzado al poder de aquella manera, de que los militares, las dictaduras, la injusticia y el fin del mundo se nos venían encima y todo eso y más. Pedro quería conocer Argentina; yo París, Roma y lo que me faltaba de España que entonces era mucho. 

¿Por qué este introito? Porque vengo de constatar, una vez más, que Pedro Almodóvar es su cine y no sabe hacer otra cosa que repetir sus propios complejos, frustraciones y fobias en una narración recurrente: su propia biografía. De otra manera, pero vengo de ver a la misma persona, torturada y compulsiva, que creí percibir cuando entonces, ya va para medio siglo. Vengo de ver su mismo cine de siempre y digo cine por no decir historieta. 

En el desfile de personajes de Almodóvar, la mayoría huecos y mal dialogados, conviven doloridos con frustracciones o complejos y cuando no transitan por la homosexualidad lo hacen por las adicciones, por la angustia vital y por la tortura de la incompresión o el desamor mal entendido que es otra dependencia. El cine de Almodóvar es necesidad de epatar, de centripetarse, de sobreestimarse, exagerado, proclive al descontrol.  De su cine he disfrutado el desparrame, el descontrol, la comedia inverosimil y el desenfado, Pepi y Mujeres y poco más. Al final, soy de los que ante su cine siente oquedad por falta de credibilidad en personajes e historias. Eso no es en absoluto incompatible con reconocer su talento cinematográfico rodando, montando, dirigiendo actores, produciendo historias vendibles, y oportunistas, y manejando su propia actividad promocional.

Ciñéndome al cine español, yo me creo a Germán Areta(*) desde el primer hasta el último fotograma y me creo el discurso simbolista y los exagerados personajes de Saura y seguramente hasta los de Bigas Luna, sin necesidad de establecer esa íntima comunión que nos producen los de Erice o Berlanga... ¡es la credibilidad, amigo! Hasta para las guerras galácticas o los infames superhéroes se necesita aceptar el carácter y sobre todo la personalidad y el discurso coherente cuando tratamos, sobre todo, de los protas de las pelis: te lo tienes que creer y además te tiene que enganchar, por diestro o por siniestro. Y en la credibilidad, de haberla, no importa la realidad o la ficción; te crees a Batman, a Jocker y a E.T. como te crees a Vito Corleone, a Hilda o Escarlata O'Hara.   

Siento decirlo pero a mi, que he visto casi todo el cine de Almodóvar, el único personaje que verdaderamente me enganchó fue Chus Lampreave haciendo de portera. Yo discrepo totalmente de la, hoy, enaltecida cuando no supervalorada estimación de Antonio Banderas como actor. De todo el enorme catálogo de actrices y actores de la extensísima filmografía de Almodóvar, me quedo sin duda con Maura y de ella y su colaboración con Almodóvar en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? espectacular, como en Entre tinieblas, porque cuando había guión ella se exprimía y cuando no lo había -Folle...folle...¡fólleme Tim!, aberrante- tampoco era, dada su amistad entonces y el afecto que se tenían, como para mandarle ¡A Tomar P'olculo! y que se buscara a otra. También andan por ahí Julieta Serrano y Penélope que hacen muy bien sus papeles, que al final son autorreferencias de las mujeres de la vida de Almodovar, vecinas del tercero izquierda aproximadamente.

Una vez más perdí el tiempo con Almodóvar y con Dolor y Gloria, casi secuela de La ley del deseo. Me lo temía pero lo justifiqué porque era miércoles y con diez euritos los dos pudimos constatar que su gozo es su persona, que no cabe en sí misma y su infierno es, en realidad, su vanidad exhibicionista. 


(*)... y es que lo de crear personajes y hacerles hablar, dialogar creiblemente, es el fondo de la cuestión a partir del guión y la potencia del relato. Gracias, Garci.