Cuando andaba en la docencia y el auditorio atendía a las estrategias de comunicación, llegando al mensaje -en el capítulo de "código"- normalmente se liaba. El "código de comunicación", más allá de lo puramente formal -el propio lenguaje y su uso, la manifestación más gestual o más verbal o menos explícita o más sugerente, el medio utilizado, etc.- es la madre del cordero. Allá donde residen los recursos emocionales que van a diferenciar, destacar y personalizar la marca y su carácter, es donde se encuentran los valores del código, las consecuencias de su uso.
Aunque siempre actuemos con esa casi incontrolable mezcla de lo emocional con lo racional, de lo que sentimos combinado con lo que discernimos, finalmente somos carne de temperamento, de nuestra naturaleza y carácter y ahí, en primer grado, nos pillan la risa y el llanto, la filia y la fobia, las experiencias y lo hormonal.
A más situación límite, a mayor incertidumbre, le corresponde mayor dosis de miedo y en su abismo, cuando ya se asume y es insuperable, a menudo aparece el humor, la desdramatización y, como desahogo y escapada del canguelo ¡ay! el sexo. Como ocurrió en el gran apagón de Nueva York y ocurre en las guerras y después de las catástrofes. Y no tiene enmienda.
Miedo, humor y sexo: tres géneros básicos para armar una estrategia de comunicación. Tres categorías o clases, entre un variado menú como la añoranza y la melancolía, el contraste comparativo o la experiencia frustrante.
Nunca nos conformamos con bueno, bonito y barato por mucho que se empeñara el recurso "busque, compare y si encuentra algo mejor cómprelo"; bien que lo supimos, porque existe el color y el aroma y todo aquello que nos subyuga y nos ata y atrapa más allá del dinero.
El miedo va y nos dice que conduzcamos dentro del límite, concentrados y pendientes de cuanto sucede delante y detrás y al lado, sin drogas ni alcohol. Con el miedo y por el miedo al contagio estamos distanciados unos de otros y en casa, básicamente; también porque nos obligan a ello. Y en casa, aburridos pero ingeniosos, recurrimos al humor para desdramatizar este internamiento obligado y ese futuro que se nos viene con una economía desangrada en empleo y patrimonio.
Como en todos los momentos de tedio, de tensión e internamiento, tanto por la ternura como por el alivio, el sexo doméstico seguro que se está yendo por sevillanas ¡arsa! recobrando unos ánimos pasados y al margen de la rutina de vidas ordinarias, ahora que nos acojona perder nuestros privilegios.
Seguid aplaudiendo desde vuestras casas, conscientes de que hacemos lo que debemos hacer y como por aquello de las distancias no os lo va a sugerir el gobierno, si eso y tal os lo sugiero yo: practicar lo que estáis pensando, con humor y sin miedo.
Aunque siempre actuemos con esa casi incontrolable mezcla de lo emocional con lo racional, de lo que sentimos combinado con lo que discernimos, finalmente somos carne de temperamento, de nuestra naturaleza y carácter y ahí, en primer grado, nos pillan la risa y el llanto, la filia y la fobia, las experiencias y lo hormonal.
A más situación límite, a mayor incertidumbre, le corresponde mayor dosis de miedo y en su abismo, cuando ya se asume y es insuperable, a menudo aparece el humor, la desdramatización y, como desahogo y escapada del canguelo ¡ay! el sexo. Como ocurrió en el gran apagón de Nueva York y ocurre en las guerras y después de las catástrofes. Y no tiene enmienda.
Nunca nos conformamos con bueno, bonito y barato por mucho que se empeñara el recurso "busque, compare y si encuentra algo mejor cómprelo"; bien que lo supimos, porque existe el color y el aroma y todo aquello que nos subyuga y nos ata y atrapa más allá del dinero.
El miedo va y nos dice que conduzcamos dentro del límite, concentrados y pendientes de cuanto sucede delante y detrás y al lado, sin drogas ni alcohol. Con el miedo y por el miedo al contagio estamos distanciados unos de otros y en casa, básicamente; también porque nos obligan a ello. Y en casa, aburridos pero ingeniosos, recurrimos al humor para desdramatizar este internamiento obligado y ese futuro que se nos viene con una economía desangrada en empleo y patrimonio.
Como en todos los momentos de tedio, de tensión e internamiento, tanto por la ternura como por el alivio, el sexo doméstico seguro que se está yendo por sevillanas ¡arsa! recobrando unos ánimos pasados y al margen de la rutina de vidas ordinarias, ahora que nos acojona perder nuestros privilegios.
Seguid aplaudiendo desde vuestras casas, conscientes de que hacemos lo que debemos hacer y como por aquello de las distancias no os lo va a sugerir el gobierno, si eso y tal os lo sugiero yo: practicar lo que estáis pensando, con humor y sin miedo.